miércoles, 12 de enero de 2011



Lugar de las Ninfas


La Luna de ojos azules


De noche, las cabelleras de las mujeres y las ramas de los
sauces se confunden. Yo caminaba por la orilla del río.
De golpe, oí cantar, y solamente entonces reconocí que había
allí unas muchachitas.


Les pregunté:"¿A quién cantáis?" Ellas respondieron: "A aquellos
que vuelven". Una esperaba a su padre, otra a su hermano, pero
la que esperaba a su novio era la más impaciente.


Habían tejido para ellos coronas y guirnaldas, habían cortado
palmas de las palmeras y sacado lotos del agua. Se tenían cogidas
por el cuello y cantaban la una después de la otra.


Me fui a lo largo del río, tristemente, sola, pero mirando
a mi alrededor, y vi que detrás de los grandes árboles la luna
de ojos azules me acompañaba.


Pierre Louÿs
Bélgica, 1870- París, 1925

martes, 11 de enero de 2011


Otros Canciones de Bilitis

LOS PERFUMES


Me perfumaré toda la piel para atraer a los amantes. Sobre mis hermosas piernas, en una jofaina de plata, derramaré nardo de Tarsos y metopión de Egipto.

Bajo mis brazos, menta crepada; en mis pestañas y en mis ojos, mejorana de Cos. Esclava, deshaz mi cabellera e imprégnala de humo de incienso.

He aquí un ungüento de las montañas de Chipre: lo haré resbalar entre mis senos. El licor de rosa que viene de Phaselis embalsamará mi nuca y mis mejillas.

Y ahora, derrama sobre mis flancos la bakkaris irresistible. Vale más, para una cortesana, conocer los perfumes de Lidia que las costumbres del Peloponeso.




domingo, 2 de enero de 2011

LAS CANCIONES DE BILITIS



Poemas de Pierre Louÿs



El árbol


Me he desvestido para subir a un árbol. Mis piernas desnudas
abrazan la corteza lisa y húmeda. Mis sandalias
caminan sobre
las ramas.


En lo alto, pero todavía bajo las hojas y a la sombra del calor,
me he sentado a caballo sobre una rama aparta
da, balanceando
mis pies en el vacío.


Había llovido. Gotas de agua caían y corrían por mi piel.
Mis manos estaban manchadas de musgo y los dedos
de mis
pies estaban rojos a causa de las flores aplastadas.

Sentía al hermoso árbol vivir cuando el viento pasaba a
través de él; entonces apretaba más las piernas y aplica
ba
mis labios abiertos sobre la parte musgosa de una rama.



El antro de las ninfas

Tus pies son más delicados que los de la argentina
Thetis. Entre tus brazos cruzados reúnes tus senos
o los acunas blandamente como dos bellos cuerpos
de palomas.

Bajo tus cabellos disimulas tus ojos húmedos, tu boca
temblorosa y las flores rojas de tus orejas; pero nada
detendrá mi mirada ni el cálido hálito del beso.

Porque en el secreto de tu cuerpo estás tú, Mnasidika
amada, que recelas del antro de aquellas ninfas de que
habla Homero, el lugar donde las náyades tejen paños
de púrpura.

El lugar de donde fluyen, gota a gota, unas fuentes
inagotables y donde la puerta del Norte deja descender a
los hombres, y donde la puerta del Sur deja entrar a los
Inmortales.

Bilitis

Una mujer se envuelve en lana blanca. Otra se viste
de seda y de oro. Otra se cubre de flores, de hojas verdes
de uvas.

Yo sólo sabría vivir desnuda. Amante mío, tómame
como soy sin ropas, ni joyas ni sandalias, he aquí Bilitis tal
como es.

Mis cabellos son negros de su negrura y mis labios rojos
de su rojo. Mis bucles flotan a mi alrededor libres como
plumas.

Tómame tal como mi madre me hizo una noche de amor
lejana y, si te gusto así, no olvides decírmelo.


(De Las Canciones de Bilitis, de Pierre Louÿs, Ediciones 29,
Barcelona, España)




martes, 21 de diciembre de 2010

Nota extravagante del Renacimiento


Cocinar con venenos


Por Leonardo da Vinci

Ahora he de reunirme con mi señor Cesare y el maestro Machiavelli para tratar de mi conocimiento sobre venenos, y éste es muy escaso, al mostrarse Salai tan poco dispuesto a colaborar conmigo en mis experimentos desde que me descubrió y puso grandes objeciones a que yo colocara cantidades gradualmente crecientes de estricnina y belladona en la polenta de su desayuno, y no quiso de ninguna manera aceptar mi explicación de que esto no tenía otro objeto que fortalecer su inmunidad a las sustancias que podrían servirle otras personas menos amistosas -teniendo en cuenta la reputación de las personas de la casa de nuestro buen huésped.

Tengo, sin embargo, algunas cuestiones clara. La elección del veneno ha de depender del efecto que tratéis de crear en la persona. Así, éste provoca estornudos y este otro la muerte total. Los diferentes venenos disponibles no habrás de confundirlos el que se esté incitando en el arte del envenenador. Habrá de aprender que la estricnina causa tortícolis y terror; que las bayas negras y marrones de la belladona son la causa de los ojos desorbitados y del delirio; que el acónito (que tan a menudo se confunde con las raíces del rábano picante) provoca estremecimientos y vómitos; y que la cicuta es uno de los que causan la muerte total. Hay otros de cuyos efectos no estoy seguro debido al egoísmo de Salai, y éstos son: la raíz de serpiente, el ruibarbo, el tanaceto, las bayas negras de la hierba de San Cristóbal, los frutos de beleño, el muérdago, las aguaturmas y el moho de algunos quesos de Mantua. Mas de una cosa estoy bien seguro. Un buen veneno siempre ha de administrarse al comienzo de una comida, pues actúa con más rapidez en un estómago vacío; y usado de esta manera beneficiará tanto al envenenador, que no tendrá necesidad de usar más que una pequeña dosis de su arma, como al anfitrión, que no deseará que las diversiones que haya dispuesto ofrecer a sus invitados tras la comida se vean estorbadas por la agonía de su víctima.
(De Notas de Cocina de Leonardo da Vinci)


jueves, 9 de diciembre de 2010

Comentario

Sobre el Dios de los sueños


H Y P N O S

Por Edda Piaggio

No en balde “HYPNOS” es hijo de la Noche y hermano de Thanatos, la muerte. Por algo Manuel Ruano eligió ese nombre para su libro.

Titular es tarea harto difícil. El mundo de todo hombre se desenvuelve en contradicciones y nostalgias y no se puede admitir la virulencia de un relámpago, el pensamiento rápido para documentar muchas páginas. Caracterizar lo esencial es obra de la poesía. Y aquí tenemos este libro como conciencia de un creador que no se acerca a ninguna fórmula superficial que siga la moda y coloque al lector en disonancia con sus consignas más íntimas.

Yo conocí a Manuel Ruano en Rosario, en un noviembre lejano en un encuentro literario al que ambos habíamos sido invitados y me regaló su libro “HYPNOS” publicado en 1995 por Gabrielle Editores (LIMA).

Por aquel entonces Manuel Ruano ya llevaba editados muchos opus en Argentina – donde él nació – y en muchos otros países latinoamericanos. Supe también que había sido galardonado con cantidad de premios internacionales pero a eso le resté – y le sigo restando – importancia. Fue cuando después de un tiempo caí en sus páginas y con asombro adiviné su intensidad extraordinaria.

Cada poema comienza con un largo párrafo en mayúscula que sirve de energía y desarrollo a una fila de ideas y metáforas ligadas como brasas en un lenguaje especial.

Son sentencias, son fundamentos. El vocablo sale a luz trabajosamente como elemento de misterio que sale a la vida.

Eligió para una de sus piezas un acápite de Georg Trakl, el austríaco nacido en 1887, tan preferido por Ernesto Sábato: “Deja que ebria de vino caiga la cabeza en el arroyo”.

Allí Ruano comienza su poema diciendo

COMO EN LAS FRÍAS ESTACIONES DE LOS PÁJARO DE LA ILUSION

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Afuera, está el jardín con la madre muerta.

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Los frutos del árbol de la soledad

dan las flores más tristes este año.

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y nadie de la casa piensa severamente

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Son como inválidas criaturas sin gloria

que deambulan por el pasado

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Sus manifestaciones continúan dentro de ese clima como continúa el aire bajo los cielos quietos de arbustos y ramas.

En lo que me es personal, pocas veces me abandono a un poemario. La experiencia ya tan larga y el escenario de dudas y razón me lo han impedido. Pero hoy escribo para dignificar una existencia y despreciar la trivialidad del signo. Menciono su nombre para que lo recuerden y sepan unirse a su poesía. Y para que todo aquel que se siente solo oiga cuando Manuel le dice: “yo escucho tu voz como si fuera el mar”.


Edda Piaggio

Montevideo, Uruguay, 1928. Escritora y poeta. Autora de, entre otros, los libros de poemas: Llanuras rituales (1972); Ciruelo rojo (1982); Las rejas del alba (1989); Cirios (1991); Pasos (2000).Algunas de sus obras poéticas fueron musicalizadas en composiciones para soprano y orquesta.



sábado, 4 de diciembre de 2010

Novedades literarias

Libro de Manuel Ruano

Ha sido editado por el CELARG
(Fundación Centro de Estudios Latinoamericanos
Rómulo Gallegos)

Caracas, Venezuela, 2010.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Lautréamont en la Feria del Libro en Venezuela



Del libro Lautréamont y otros ensayos de Manuel Ruano, editado por el CELARG, Caracas, 2010, cuya presentación se efectuará en la Feria del Libro (Salón Bicentenario) el día viernes 19 de noviembre a las 14 hs. pm.




A LAUTRÉAMONT



No importa dónde me ponía a escarbarel suelo esperando

/ que tú salieses


Yo apartaba las casas y las florestas para ver detrás,


Y era capaz de quedar toda la noche a esperarte, puertas y


/ ventanas abiertas,


Frente a dos vasos de alcohol que no quería tocar.


Pero tú no venías,


Lautréamont



En torno mío morían vacas de hambre ante los precipicios


Y volvían obstinadamente el lomo a las más herbosas praderas


Los corderos desertaban América mirando tras sí


Porque ellos hubieran querido hablar antes de partir.


Librado a mi soledad sobre el continente,


Yo te buscaba en el sueño, donde los encuentros son más fáciles.


Uno se para en la esquina deuna calle, el otro llega rápidamente.


Pero aún así tú no venías,


Lautréamont,


Con tu rostro de hombre.


Detrás de mis ojos cerrados,


Yo te encontré un día a la altura de Fernando de Noronha,


Tú tenías la forma de una ola, pero más verídica, más
/ circunspecta,


Y enfilabas hacia el Uruguay en pequeñas jornadas.


Las otras olas se apartaban para mejor saludar tus desgracias.


Ellas que no viven sino doce segundos y no marchan sino
/ a la muerte


Se te dabanpor entero,


Y tú fingías desaparecer como ellas,


Porque ellas te creían en la muerte su camarada de promoción.


Tú eras de esos que eligen el océanopor domicilio como otros
/ duermen bajo los puentes


Y yo, yo ocultaba los ojos detrás de unas gafas negras


Sobre un paquebote en que flotaba un olor a mujer y a cocina.

La música subía a los mástiles, furiosos de verse mezclados


/ a los toqueteos del tango,


Tenía vergüenza de mi corazón donde brotaba la sangre
/ de los vivos


Mientras que tú estás muerto desde 1870 y privado del
/ líquido seminal


Tomas la forma de una ola para hacer creer que esto te es
/ igual.


El mismo día de mi muerte yo te veo venir a mí.


Tú deambulas favorablemente los pies desnudos en los
/ altos terrones del cielo.


Pero apenas llegado a una distancia conveniente


Tú me arrojas uno a la cara,


Lautréamont.


Jules Supervielle

Uruguay,1884- Francia, 1960
(Tomado de Los huevos del Plata, 1968, traducción Oscar Ferreiro)





jueves, 21 de octubre de 2010

LOS POEMAS

Llegan, como llega una revelación;

jamás por el deseo.

Suelen ser buenos o malos,

como los buenos o malos presagios.

A veces, son el regalo secreto de algún dios,

las hojas mojadas de un árbol pensativo

que el tiempo ha ido guardando tras

la puerta.

Casi siempre, se refugian en mí

como silicios extenuados.

Son las ramas soñadoras de un árbol,

que golpea la ventana con la melodía secreta

del amor.

O son sombras de otras sombras,

cautivos duendes de azul cobalto,

que van agarradas de la mano en soledad.

Los poemas son un lugar olvidado

en la penumbra.

La madre que todavía duerme en el viejo

papel,

como el rastro de la tinta de un río cansado.

Son las hojas reveladoras de los días

y las noches.

Yo casi nunca recojo sus hojas secas;

trato de olvidarme de esas páginas;

porque me gusta escuchar la ráfaga del viento

en su quejido

después el canto de la lluvia.

Pero casi nunca encuentro esos poemas;

ellos me encuentran a mí.

Largas jornadas han formado ese libro

de un árbol pensativo

que enturbia a cada instante mi soledad.


Manuel Ruano


martes, 12 de octubre de 2010

Lugonianas

Este poema de Leopoldo Lugones,
en el que algunos intérpretantes del
Conde de Lautréamont

descubren paralelismos y raras connotaciones
con los
Cantos de Maldoror,
data de 1897.



M E T E M P S I C O S I S


Era un país de selva y amargura, - un país con altísimos
abetos, - con abetos altísimos, en donde - ponía quejas el
temblor del viento.- Tal vez era la tierra cimeriana - donde es-
taba la boca del infierno, - la isla que en el grado ochenta y sie-
te -de latitud austral, marca el lindero - de la líquida mar; so-
bre las aguas - se levantaba un promontorio negro, - como el
cuello de un lúgubre caballo, - de un potro colosal, que hubie-
ra muerto - en su última postura de combate, - con la hincha-
da nariz humeando al viento. - El orto formidable de una no-
che - con intenso borrón manchaba el cielo, - y sobre el fon-
do de carbón flotaba - la alta silueta del peñasco negro.- Una
luna ruinosa se perdía - con su amarilla cara de esqueleto - en
distancias de ensueño y de problema; - y había un mar, pero era
un mar eterno, - dormido en un silencio sofocante - como un
fantástico animal enfermo.- Sobre el filo más alto de la roca, -
ladrando al hosco mar, esta un perro.
Sus colmillos brillaban en la noche - pero sus ojos no, porque
era ciego.- Su boca abierta relumbraba, roja - como el vien-
tre caldeado de un brasero; - como la gran bandera de vengan-
za- que corona las iras de mis sueños; - como el hierro de una
hacha de verdugo - abrevada en la sangre de los cuellos. - Y
en aquella honda boca aullaba el hambre, - como el sonido
fúnebre en el hueco - de las tristes campanas de Noviembre.
- Vi que mi alma con sus brazos yertos - y en su frente una
luz hipnotizada - subía hacia la boca de aquel perro, - y
que en sus manos y sus pies sangraban, - como rosas de luz,
cuatro agujeros; - y que en la hambrienta boca se perdía -,
y que el monstruo sintió en sus ojos secos - encenderse dos
llamas, como lívidos - incendios de alcohol sobre los miedos.

Entonces comprendí (¡Santa Miseria!) - el misterioso amor
de los pequeños; - y odié la dicha de las nobles sedas, - y las
prosapias con raíz de hierro; - y hallé en tu lodo gérmenes de
lirios, - y puse la amargura de mis besos - sobre bocas pur-
púreas, que eran llagas; - y en las prostituciones de tu lecho
- vi esparcidas semillas de azucena, - y aprendí a aborrecer
como los siervos; - y mis ojos miraron en la sombra - una
cruz nueva, con sus clavos nuevos, - que era una cruz sin
víctima, elevada - sobre el oriente enorme de un incendio,-
aquella cruz sin víctima ofrecida - como un lecho nupcial. ¡Y
yo era un perro!





Argentina 1874-1938


(Tomado de Antología Poética
de Leopoldo Lugones,
Alianza Editorial, 1998)






martes, 7 de septiembre de 2010

Los libros viejos

SANCTASANTÓRUM


Los libros son más libros cuando ya están viejos.
Cuando un antiguo olor se ha apoderado de ellos con
/ su huella inalterable,
y los versos son más versos cuando se resisten a las
/ penurias temporales,
al arrebato de las modas y las ratas hambrientas...

Las palabras son más palabras cuando se sueñan a sí
/ mismas,
y sobreviven al gran naufragio,
entre la calamidad de los vientos y la impostura.

Sí, los libros son más libros cuando ya están viejos.
Mordidos por la lepra de la edad.

Pero la poesía es más poesía cuando me vienes a la
/ memoria,
navegando como un galeón que regresa de ultramar
/ con sus tesoros ocultos.

Lo demás, qué puede importarme que no seas tú
-coleccionista de mis sueños-,
sumergida como un pergamino en las aguas de un
/ mapa impreciso
que el fuego no ha podido devorar...

---oo0oo---


(De Los Cantos del Gran ensalmador, de Manuel Ruano,
Monte Ávila Editores, Col. Altazor, Caracas, 2005)