
Les pregunté:"¿A quién cantáis?" Ellas respondieron: "A aquellos
Habían tejido para ellos coronas y guirnaldas, habían cortado
Me fui a lo largo del río, tristemente, sola, pero mirando

Bélgica, 1870- París, 1925
H Y P N O S
Por Edda Piaggio
No en balde “HYPNOS” es hijo de la Noche y hermano de Thanatos, la muerte. Por algo Manuel Ruano eligió ese nombre para su libro.
Titular es tarea harto difícil. El mundo de todo hombre se desenvuelve en contradicciones y nostalgias y no se puede admitir la virulencia de un relámpago, el pensamiento rápido para documentar muchas páginas. Caracterizar lo esencial es obra de la poesía. Y aquí tenemos este libro como conciencia de un creador que no se acerca a ninguna fórmula superficial que siga la moda y coloque al lector en disonancia con sus consignas más íntimas.
Yo conocí a Manuel Ruano en Rosario, en un noviembre lejano en un encuentro literario al que ambos habíamos sido invitados y me regaló su libro “HYPNOS” publicado en 1995 por Gabrielle Editores (LIMA).
Por aquel entonces Manuel Ruano ya llevaba editados muchos opus en Argentina – donde él nació – y en muchos otros países latinoamericanos. Supe también que había sido galardonado con cantidad de premios internacionales pero a eso le resté – y le sigo restando – importancia. Fue cuando después de un tiempo caí en sus páginas y con asombro adiviné su intensidad extraordinaria.
Cada poema comienza con un largo párrafo en mayúscula que sirve de energía y desarrollo a una fila de ideas y metáforas ligadas como brasas en un lenguaje especial.
Son sentencias, son fundamentos. El vocablo sale a luz trabajosamente como elemento de misterio que sale a la vida.
Eligió para una de sus piezas un acápite de Georg Trakl, el austríaco nacido en 1887, tan preferido por Ernesto Sábato: “Deja que ebria de vino caiga la cabeza en el arroyo”.
Allí Ruano comienza su poema diciendo
COMO EN LAS FRÍAS ESTACIONES DE LOS PÁJARO DE LA ILUSION
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Afuera, está el jardín con la madre muerta.
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Los frutos del árbol de la soledad
dan las flores más tristes este año.
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y nadie de la casa piensa severamente
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Son como inválidas criaturas sin gloria
que deambulan por el pasado
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Sus manifestaciones continúan dentro de ese clima como continúa el aire bajo los cielos quietos de arbustos y ramas.
En lo que me es personal, pocas veces me abandono a un poemario. La experiencia ya tan larga y el escenario de dudas y razón me lo han impedido. Pero hoy escribo para dignificar una existencia y despreciar la trivialidad del signo. Menciono su nombre para que lo recuerden y sepan unirse a su poesía. Y para que todo aquel que se siente solo oiga cuando Manuel le dice: “yo escucho tu voz como si fuera el mar”.
Edda Piaggio
Montevideo, Uruguay, 1928. Escritora y poeta. Autora de, entre otros, los libros de poemas: Llanuras rituales (1972); Ciruelo rojo (1982); Las rejas del alba (1989); Cirios (1991); Pasos (2000).Algunas de sus obras poéticas fueron musicalizadas en composiciones para soprano y orquesta.
Del libro Lautréamont y otros ensayos de Manuel Ruano, editado por el CELARG, Caracas, 2010, cuya presentación se efectuará en la Feria del Libro (Salón Bicentenario) el día viernes 19 de noviembre a las 14 hs. pm.
No importa dónde me ponía a escarbarel suelo esperando
/ que tú salieses
Yo apartaba las casas y las florestas para ver detrás,
Y era capaz de quedar toda la noche a esperarte, puertas y
/ ventanas abiertas,
Frente a dos vasos de alcohol que no quería tocar.
Pero tú no venías,
Lautréamont
En torno mío morían vacas de hambre ante los precipicios
Y volvían obstinadamente el lomo a las más herbosas praderas
Los corderos desertaban América mirando tras sí
La música subía a los mástiles, furiosos de verse mezclados
Jules Supervielle
Llegan, como llega una revelación;
jamás por el deseo.
Suelen ser buenos o malos,
como los buenos o malos presagios.
A veces, son el regalo secreto de algún dios,
las hojas mojadas de un árbol pensativo
que el tiempo ha ido guardando tras
la puerta.
Casi siempre, se refugian en mí
como silicios extenuados.
Son las ramas soñadoras de un árbol,
que golpea la ventana con la melodía secreta
del amor.
O son sombras de otras sombras,
cautivos duendes de azul cobalto,
que van agarradas de la mano en soledad.
Los poemas son un lugar olvidado
en la penumbra.
La madre que todavía duerme en el viejo
papel,
como el rastro de la tinta de un río cansado.
Son las hojas reveladoras de los días
y las noches.
Yo casi nunca recojo sus hojas secas;
trato de olvidarme de esas páginas;
porque me gusta escuchar la ráfaga del viento
en su quejido
después el canto de la lluvia.
Pero casi nunca encuentro esos poemas;
ellos me encuentran a mí.
Largas jornadas han formado ese libro
de un árbol pensativo
que enturbia a cada instante mi soledad.
Manuel Ruano