viernes, 16 de abril de 2010

Una fotografía inédita de Arthur Rimbaud

Una extraña fotografía fue hallada recientemente por dos libreros parisinos.
La imagen está tomada entre los años 1880 y 1890 en el Hotel Universo de Aden,
en el Yemen. El autor de Les Illuminations y Une saison en enfer, está a continuación de la dama por la derecha.
Ofrecemos, también,esta ampliación de la misma foto en sepia.





jueves, 15 de abril de 2010


FALSIFICACIONES AL BORDE DEL APOCALIPSIS



Para una Teoría de los Males y vergüenzas de la carne, deberá recurrirse a la Serpiente, porque no sólo representa al Demonio (según la Biblia), sino la perpetuidad cósmica de las grandes catástrofes universales. O sea, la interminable y nauseabunda lista de pestes, plagas, enfermedades, que a medida que transcurre cada milenio, diera la impresión de ir perfeccionándose en una extraña metamorfosis. Una metamorfosis que sobrenada la selva de la fiebre, los leprosarios, la ponzoña venérea, hasta llegar por fin, a lo que hoy se llama “epidemia rosa”, o dicho más ligeramente, la perversión de Eros. En suma, el Apocalipsis a la vuelta de la esquina.

Recordemos que el diablo no va al psicoanalista. Razón por la cual, y debido a la pavorosa promiscuidad del género humano (incluida la degradación de la Antigua Roma) el diablo se ha ido sofisticando, también, por medio de computadoras, programando (desde vaya uno a saber dónde) la efectividad de sus nuevos gérmenes, en una parábola desconcertante de gonorreas, sífilis y otras porquerías por el estilo, producto de la contranatura y el bestialismo…De ahí que no crea que haya una ilusión bárbara en todo esto. Jamás. Porque la tentación, sería una supuesta carta de crédito que el Infierno ofrece al desgraciado mortal desde aquello de la manzana y la metáfora de eso, quizá, esté cifrada desde el Renacimiento, en aquel maravilloso cuadro del Bosco, conocido como El Jardín de las Delicias. Acaso, el paisaje más perfecto que registre tanta locura. Y el sexo, desde luego, tiene su correlato histórico en las garras, el poder y la formación de los imperios. Esos grandes centros de dominación que también han conseguido corromper al mundo hasta el hueso, creando otra plaga incesante: el miedo.

Lo cierto es que Dios, pues, destruyó ciudades en vista del mal en el que habían caído. Pero hoy la destrucción podría ser absoluta; porque hasta un loco cualquiera podría llegar a creerse Dios y convertir esto en una Sonata del espanto, donde la política y la lujuria suelen venir juntas. Acá, hay que tener presente a nerón y a los que dirigen las pasiones clandestinas del amor desde la sombra. Los adorados de Satanás, supongo. Tal vez, por ahora, sólo quede el consuelo y la esperanza de un regreso a la castidad.

O una cercana mutación postnuclear, no lo sé.

Por lo pronto un loco, es malo. Pero un amante degenerado y perdidamente sarnoso, todavía es peor.


PARA UNA PEQUEÑA BIOGRAFÍA DEL DEMONIO



“El Infierno está de huelga

sueltos andan los demonios”.

H. Heine

En el imperio del Diablo, al principio fue Satanás o Gran Emperador de los Infiernos, que rige el orden de la Tinieblas al que sucede, en el nombre de Lucifer (Príncipe de los Ángeles rebeldes) y estandarte supremo: “el que lleva la luz” y comanda las legiones de malditos, criaturas inmundas y pestilentes del Averno. Es decir, toda esa canalla condenada a las profundidades de ese Reino de Fuego. Porque el nombre de Lucifer era el que tenía cuando Satanás o Satán (que en hebreo significa “el contrario”) estuvo en el Cielo.

Lucifer, pues, es el lucero, la estrella de la mañana o Venus, divinizado como Hijo de la Aurora “Eos” y Céfalo. Primer iluminador de ese territorio, que con alguna razón, enloqueció de miedo a más de uno y de allí que el diablo es el diablo, por más que sólo quede el arrepentimiento. Ya que “pasado il pericolo, gabato el santo” y reconocida la culpa no hay nada que lo despierte.

Según la vieja genealogía, toda coronación maléfica estuvo siempre presidida por Lucifer o Luzbel (y también Azazel), de quien dice la Biblia en su Isaías XIV, 12-15: “¿Cómo caíste del cielo, lucero brillante, hijo de la aurora? ¿Echando por tierra al dominador de las naciones? Tú, que decías en tu corazón: Subiré a los cielos; en lo alto, sobre las estrellas de Dios, elevaré mi trono; me instalaré en el monte santo, en las profundidades del aquilón. Subiré sobre la cumbre de las nubes y seré igual al Altísimo. Pues bien, al sepulcro has bajado, a las profundidades del abismo”.

Su cronología, además, tuvo un lugar destacado en la versión cristiana de la Vulgata con que la patrística llamó al episodio de la caída del ángel maléfico. De esta manera a Lucifer (retirado en la parte más oscura del Infierno) le sucede Belzebuth, “un viejo dios calumniado” que ocupa en el imperio uno de sus principados. Parece ser que muchos de sus legados, fueron supervisados por un escriba llamado Beli-Seri, cuya bibliografía la recogen algunos mitos de la escatología babilónica. En tanto que por ser un demonio de menor jerarquía, frecuentemente se le confunde entre la turba que inicia griteríos y pedorreos a las espaldas de belzebuth y hasta se pretende haberlo visto hilando las almas condenadas en una ardiente rueda de la tortura. La rueda del Mal. Esto parece tener bastante parecido con la leyenda griega de Ixión, rey de los lapitas, que la mitología considera emparentada a la raza de los centauros, con quienes tenían interminables conflictos. Y a los lapitas se les cree originarios de la isla mediterránea Tesalia, que en la época de Lucio Apuleyo era famosa por sus brujas.

No obstante esta digresión, hay que señalar que el nombre Belzebuth ( que da el Nuevo Testamento) lo recibía del dios de las Moscas en la ciudad de Ekron; pero de cualquier manera parece ser considerado como una especie de sol invictus entre los más grandes. ¿Qué mejor intérprete para las profundidades absolutas? ¿Será posible que el viejo “Rituale Romanum” del exorcismo del Papa Pablo V, estuviese dirigido a él?

Teme a quien fue

Inmolado en Isaac

Vendido en José

Muerto en el cordero

Crucificado en el hombre

Y luego triunfador en el infierno…

Para expulsar los malos espíritus de los posesos y al que exhortaba, claro está, a abandonar un cuerpo en nombre de quien dominó la peor de las regiones. A este cabrón le sigue en orden de instancias y en título, Astaroth, o sea el Gran Duque (el que habla de los secretos del porvenir y contesta todo lo relativo a las adivinanzas), muy evocado por las sectas cristiano-orientale

s y las órdenes secretas de los autores de grimorios e invocaciones. Es decir, de los variados cultos herméticos.

Así, Astaroth, aparece divinizado en relación a la Venus siria. Como dijera el Archipreste de talavera, se le reconoce porque “el maldito para enlazar a los vivientes, pone amor desordenado en sus corazones, con fuego infernal que todo el cuerpo inflama, de tal modo que si el cuitado del hombre viese con sus propios ojos el infierno y sus crueles penas, de una parte, de la otra a su amante, ciego de los ojos espirituales, quería primero cumplir su voluntad con ella, y después morir y penar”. O lo que es lo mismo: acercar la estopa al fuego. Apelando a la Asociación de Amigos de la Carne que comienza por la violaciones reiteradas y que de los placeres viendo, Dios padeciendo.

Por consiguiente, al terco Astaroth le siguen cuarenta legiones de diablos. Y en menor jerarquía de mando le continúan: Grigoth, Rappalus y Gribouillis.

Así y todo, la letra con fuego entra y no faltará algún maldito que la provoque.

Juan Wiero dio hace tiempo datos, conclusiones, estadísticas, de la Monarquía diabólica en su obra Sobre los artificios del diablo. Y son muchas las memorias y las intrigas que se suceden en el orco. Seguramente este viejo cronista del siglo XVI, narró esas terribles confesiones y después tomó conciencia de esos apareamientos salvajes de hombres, mujeres y animales. Cuando la sociedad estaba ya amenazada por eso otro infierno de arriba: la santa Inquisición y sus Autos de Fe. Un estado demencial y espermatológico, al parecer, se machos cabríos, sabat, brujas y persecución herética. Cuyas orgías daban pie, creo, a la venganza y un poco a la leyenda.

El Dante lo dijo con belleza: “Los estandartes del rey de los infiernos avanzan”.

Y un libro aún más terrible que el de Wiero, fue el de Kurt Baschwitz: Brujas y procesos de brujería, considerado el libro más soez de la literatura mundial. Pero el Sancta Sanctórum del perseguidor de gente, se dice, auspiciaba, en especial, un odio enloquecedor hacia las mujeres; porque según el mismo, aquellas viejas y miserables frecuentaban los aquelarres, asistían a las reuniones con el diablo en forma de macho cabrío, se desplazaban por los aires, fornicaban en verdaderas orgías y ofrecían niños aún lactantes para el desenfreno amoroso. Pero no hay que olvidar que la copla dice:

Santa Rita la llorona

fue tanto lo que lloró,

que el alma de su marido

del infierno la sacó.


LOS DESENFRENOS DEL AMANTE SARNOSO


Desde el fondo de los siglos el planeta asiste a una convocatoria tenaz. A cada vuelta de siglo se oyen los alaridos, los gritos, los estremecimientos de sus criaturas en una sonata atroz que ha conocido civilizaciones, patriarcas de toda clase, locos empedernidos, profetas, visionarios, cínicos, feriantes, milagreros, perpetuas lepras que más de uno creyó parte de la salvación, hoyos negrísimos en el que se hundía para siempre parte de la gente, circos romanos para divertimento del emperador, prostitutas célebres que dieron, eso es, hijos al contagio, cortesanas, tesoros ya envejecidos que fueron parte de la codicia y el fracaso, libros que presagiaban el desastre, monjes agapetos que dormían con rameras por compasión cristiana y que de una u otra manera, fueron perseguidos “por los concilios y los padres”, según San Jerónimo; también grandes guerreros aturdidos de la violencia; ciudades en ruinas corroídas por la despiadada peste, sí, viejos filósofos que anunciaban la utopía, esculturas de Eros y Tánatos, amores célebres, acaso, que perdurarían durante centurias, Abelardo, Eloísa, crónicas de una naturaleza prohibida, epidemias, cámaras de gases y siempre el pánico de vivir… Estableciendo desde un comienzo una eterna “Danza macabra” que mueve a seres, dioses, bestias, en un ordenamiento diabólico que no respeta ni a sabios ni a santos ni a niños. Es el sarro desconocido que condena a sus criaturas sin fijarse en quien. Ni reyes, ni esclavos. El hechizo del tiempo que arrasa con todo como en esas viejas láminas de Durero, en el que la muerte reconcilia a famosos sibaritas y frailes y Papas y caballeros del reino, con la guerra, la fornicación, la peste, la desesperanza… Y junto a aquellos bebedores memorables, también persistía la gonorrea y la sífilis, el cólera y la demencia que abría interrogantes implacables, tales como el inicio de una turbulencia desconocida que también reconoce culpables. ¿Era una señal divina? ¿Un símbolo de la destrucción? ¿Una tragedia más que el legado de

Dios imponía a sus legiones de criaturas? ¿En qué medida esa “Danza macabra” no es todavía una maquinaria cruel que se empecina en acelerar sus efectos como castigo de Dios, ahora, ante el delito de la promiscuidad sexual y la contranatura? La Biblia dice: “No yacerás con varón como se yace con mujer; es cosa execrable”. “No tendrás comercio carnal con ninguna bestia, haciéndote impuro con ella; ni una mujer se allegará para ayuntarse con una bestia; es una infamia”…

Cuando es alarmante el ciclo, la travesía de los tiempos es una epopeya anónima que aún está por escribirse y que es el reclamo hacia el hombre que por perfidia va rumiando su pasado, resistiéndose al tábano, a la langosta, a toda suerte de gérmenes para volverse sobre sí mismo. Condenándose y condenando a generaciones futuras, irritando la memoria de sus muertos, confundiendo los elementos, proliferando en sectas inauditas, adentrándose más y más en el crimen. Como si esa hipérbole de Antiguos adoradores de Satán, se confundiera de pronto con santidades y fuegos eternos. Desde aquellos herejes de Bolonia (Baraletas) hasta los Multiplicantes de Montpellier que adoraban el desenfreno amoroso. La historia es una exposición infinita de personajes curiosos que concibieron el placer, la lujuria, como único e irremediable paso hacia la salvación. Una salvación de santos y demonios ensayando el mismo morbo, la misma pestilencia. Los pueblos son testigos y han experimentado la barbarie y la hoguera, en un contrasentido terrible. De allí que sólo de esa pústula, emane lo que tenía que emanar: el líquido pútrido, la inmanencia salvaje, los abortos sobrevivientes de aquel Árbol del bien y del mal… Lo que para hoy ya comienza a ser la “epidemia rosa”.

Ahora, ordenadores temibles clasifican los cielos y acaparan el cosmos con voracidad, en una carrera de conquista sin precedentes. Y esa desmedida cibernética del mundo, orquesta, también, una fiebre desconocida, acaso una milagrería sorprendente que dejará al descubierto sus ángeles y sus demonios. El culto mismo de un secreto poder. En una proyección que pareciera la del Anticristo, con sus radiaciones y rayos laser, provocando la vieja angustia. Y la angustia, es todo lo contrario del progreso. Es decir, este nuevo dios igualmente abominable, padre de la próxima calamidad. Pero aquí no desemboca la pestilencia, no, es sólo un aspecto del retablo. Y he ahí su Ojo iluminado. ¡Oh delirante confusión de enfermedades!¡Grandes adoradores de la Muerte! ¡Caries de todos los males que, como siempre, reaparece en la descomposición del amor!... Cátaros, adamitas, Banda Buttlar (que buscaba a la criatura doblemente sexuada), biblistas, bogomilos, Comunitarios del Mágico Río Negro, Condurmientes, Contempladores del Arca de Noé, naasenos, Fraternidad universal, anabaptistas, Hermanos de los Apóstoles, alauitas, también aquellos sin fe, recorren el mismo desfiladero.

Todos están en El Jardín de las Delicias, la metáfora embriagante del Absurdo universal. Pocas veces un cuadro como este del Bosco, logra una parábola tan ajustada al desenfreno humano. Allí están la Tierra en su tercer día de la Creación, en toda su esplendorosa y solitaria belleza embrionaria. En su cielo azulino de la aurora original, con sus alegorías vivientes. El Paraíso en su hechizo inaugural. La flora alucinante, el agua cristalina, la fauna surreal que lo invade todo. La naturaleza fecunda y perturbadora, pero que en su conjunto, devuelve a los ojos una serenidad absoluta. Cuando todavía no había asomo de ningún mal. Pájaros, lagartijas, unicornios, peces, una fuente gigantesca y rosada que busca la altura como una rara flor, colinas empinadas en forma gótica, la serpiente, árboles sobrecargados de frutos, y en primer plano, Dios, y la primera pareja a ambos lados del Creador, en asombrosa paz… Sólo comparable a Virgilio. Pero veamos un poco más. A partir de ahí, la visión es fantásticamente espectacular y, por supuesto, endemoniadamente onírica. El despliegue de la lujuria humana parece no tener límites. Y la seducción erótica es aquí un delirio compulsivo de una orgía perpetuante, lo sé, que lleva a las más alocadas proposiciones. Lagos paradisíacos, frutas gigantescas, pájaros que sobrepasan toda proporción lógica y criaturas llevadas por un frenesí incomparable, son parte de ese mundo en el que conviven hombres y bestias, burbujas enormes y huevos asombrosos: es la fiesta de las razas y las especies, en el que los sexos conviven en una sodomía total y mancomunada. Es el libre albedrío que se recupera bien, claro, después de la inocencia perdida. La alusión fálica es continuada y el cuadro pone de manifiesto la concepción de Hieronimus Bosch (El Bosco), miembro de una cofradía secreta conocida con el nombre de Hermanos y hermanas del Libre Espíritu. Secta, por lo demás, nacida en el siglo XIII que predicaba y practicaba –como sus antecesores los Hermanos Apostólicos-, la comunidad de los bienes y de las mujeres, y no aceptaba ninguna clase de autoridad. En este sentido, la sensualidad se hace provocativa, hundida en la amistad y la concupiscencia de una cabalgata pesadillesca, en la que se revelan también, bañistas que dieran la impresión de estar sumergidos en una fuente de juvencia inabarcable. Hombres y mujeres en cueros, esbozando los delirios del placer en el que se entremezclan las fastuosidades aéreas, la libertad, el goce, el disfrute temporal de ese “Jardín de los deseos”, que abarca sueños del nudismo adánico al que se entregaban los miembros de la secta. De allí que el cuadro sea para muchos una reacción de la moral imperante. Para el que tuvo la oportunidad de verlo en su original, en el Museo del Prado de Madrid, coincidirá, creo, que el cuadro es un generador de fantasías y, al mismo tiempo, un complicado artefacto mágico del que no se tiene memoria. El poder de encantamiento no sólo abarca el estallido de imágenes, sino el dinamismo conceptual en el que el artista parece regocijarse. El clima y la evocación es desafiante y aquí, es cierto, como en toda obra de un artista genial, se confunden los términos del arte, su historicidad y aquella sagrada perfección cuya ironía tal vez, se distribuye en las tres partes que componen El Jardín de las Delicias y, hasta ahora, su dimensión bucólica. En efecto, cuando nada hacía suponer todavía, las terribles complicaciones que a estas alturas la humanidad habría de heredar.

En cuanto al tercer y último bloque del cuadro, se registra la síntesis: la entrada al infierno y la región temida. (¿Acaso guarda esto similitud con el desorden actual del transexualismo y la enfermedad contaminante de nuestros días?). Pues bien, en este tramo el mensaje tiene connotaciones religiosas e históricas en la parte superior, de alguna manera precisas y angustiantes. Es la imagen de la destrucción y del cielo ardiendo. Podría uno imaginarse, pienso, las escenas de Sodoma y Gomorra bajo la destrucción divina (según el Antiguo Testamento) en el que se dice: “Entonces, Yahveh llovió desde el cielo sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego…”

Lo demás es bestialismo puro: entrega carnal, defecaciones monstruosas, espejismos del aniquilamiento, contaminación, tortura, desesperanza, metamorfosis increíbles, esquizofrénicas del comportamiento de la carne. Hombres que son animales y animales que son hombres. Y éste, acaso, como excremento y desperdicio a un tiempo, de la fiera satánica. En este caso, está cercano al “Círculo infernal”, que describe el Dante. El parentesco es desmedidamente hipnótico. Pero en ambos casos, es el registro demencial del Apocalipsis en cualquiera de sus facetas, que se sintetiza en un sórdido tronar de gigantescos instrumentos de una orquesta maldita. El gran banquete de las ratas y los cerdos.

Cabe preguntarse: ¿es la pesadilla un antecedente del ser culposo que reniega de su culpabilidad? ¿Es el Apocalipsis un nuevo castigo que Dios repite en sus rebaños, cuando éstos se entregan al homosexualismo, al travestismo y al morbosismo bestial?


¿HACIA UNA CASTIDAD SIN CONCESIONES?

Por inaudito que parezca, la alternativa no da la impresión de ser otra. Porque algo, en el Rosedal de la lujuria ya dijo basta. Tal es así, que ni escándalos afiebrados de la contranatura, ni invenciones de cualquier especie que alteren las clarinadas de Eros.

Entre el “homo erectus” y el “homo partidus”, la elección es simple. Habrá que reencontrar el Paraíso regenerante y compartir la fruta de la felicidad.

Al parecer, el desgaste de la imaginación en las últimas francachelas que dieron por resultado “la epidemia rosa”, conducen invariablemente, al Hospital de infecciosos. Y de ahí, al cementerio más cercano.

Ya se sabe en qué consistía la famosa equitación de los monjes mendicantes, complacidos por el vino y la carne. Hay que descartar para siempre el “ascetismo” de los Skopzi, aquellos delirantes monjes rusos que se castraban porque decían que así debió de ser Cristo. ¡La glorificación del eunuco!... Sin embargo, estaba ahí mismo la corrupción más solapada. Sus prácticas sexuales pervertidas terminaban, por lo común, en el más vil asesinato. Y dio tema a P. Tabori para escribir de ello en la Historia de la estupidez humana.

Pero cuidado: la calumnia puede ser el arte más destructor. La peste que no consigue vencer los siglos. Y como decía aquel surrealista: “rascar a la vecina no da flores en mayo”…


(Del libro Lautréamont y otros ensayos, de próxima aparición)