miércoles, 5 de noviembre de 2014

Sobre los poemas inéditos de César Moro
publicados en la revista QUEVEDO
en 1992

César Moro:
DE LA PRIMERA EDICIÓN
DE LA REVISTA QUEVEDO

Por Manuel Ruano

En 1992, fui invitado por la Universidad de Lima al Centenario del Natalicio de César Abraham Vallejo Mendoza. La circunstancia, me valió la oportunidad de editar el primer número de la revista literaria Quevedo, gracias al aporte de muchos poetas peruanos. En aquel ejemplar (de cuya modesta edición no puedo olvidarme), se publicaron textos importantes para el acontecimiento que se estaba celebrando en la ciudad de Lima. Un texto raro de César Vallejo, cuyo aporte a la revista lo hizo el amigo poeta Ricardo Silva-Santisteban. Un texto, cuya dimensión también sirvió para confeccionar el libro Crónicas de poeta, años más tarde publicados por la editorial venezolana Biblioteca Ayacucho, en su colección La expresión Americana, Caracas 1996. También se publicaron algunos textos de José María Eguren, poemas de poetas jóvenes peruanos, crítica literaria y los ya mencionados poemas de César Moro, cuyo invalorable aporte se lo debo al poeta amigo César Calvo, que me orientó en el hallazgo que nunca dejaré de agradecer.

Digo estas remembranzas, porque tengo la intención de exponer aquí, palabra por palabra, lo que escribí en aquella oportunidad al publicar los poemas de Moro. En este texto detallo los pormenores del descubrimiento, tal como se publicó en Quevedo y en otras publicaciones latinoamericanas, entre ellas, el Suplemento Cultural del diario Últimas Noticias de Caracas, Venezuela.

POEMAS HALLADOS DETRÁS DE UNA PINTURA

En cuanto a la obra del poeta peruano Alfredo Quíspez Asín (Lima 1903-1956), más conocido como César Moro y propulsor latinoamericano del movimiento surrealista, noto se ha dicho. Es más, a pesar de haber circulado en las últimas décadas algunas importantes antologías (entre las cuales debe contarse la publicada por Monte Ávila1 en el setenta y seis), muchos de sus poemas y escritos siguen dispersos. Seguramente el poeta daba más importancia al acontecimiento de existir que al de publicar. De ahí que uno de sus entrañables amigos, André Coyné, autor de una de las más serias recopilaciones del poeta y de una biografía no menos ajustada2, afirmara en una oportunidad que para César Moro “la poesía no era un ejercicio, literatura, menos aun una actividad como cualquier otra, un oficio con miras al provecho o a la gloria inmediata, sino el foco de luz y de tinieblas que irradiaba sobre todas las horas de su vida, trastocando las apariencias y revelando un orden oculto, de pronto claro, irrebatible”, dejando así, que tanto la escritura como la plástica ensayaban en su intimidad un lúcido ordenamiento de lo inhabitual, estableciendo una naturaleza interior cuyas raíces todavía se tratan de determinar.

Moro era un hombre taciturno que escribió más en francés que en español; y si no fuera por algunas revistas y otras publicaciones –como dije-, era bastante renuente a dar a conocer su producción artística. Su “lucha era con el ángel”, podía deducirse. Y, salvo alguna que otra exposición en Bruselas, París o Lima y contadas ediciones de muy breve tiraje, su obra se ha ido haciendo visible con el pasar del tiempo y la atenta labor de sus compañeros y amigos, que en más de un caso han aportado poemas y cartas de su epistolario personal. En síntesis, para su nomenclatura: “El arte empieza donde termina su tranquilidad”.

Los poemas que se adjuntan a este breve recuento de César Moro tienen distinto origen Uno de ellos, “L´altitude”, especialmente traducido para este trabajo por la poetisa argentina Kato Molinari, que data del 3 de diciembre de 1934, lo hallé hace unos años con el poeta César Calvo revisando una enmarañada correspondencia y algunos cuadros desconocidos en la casa de uno de sus amigos (hoy también desaparecido), circunstancia gracias a la cual se dan a conocer estos poemas al hipotético lector. En realidad, tanto el ya mencionado como el que comienza por el verso que dice: “Couvert de couroise –les fleurs de Pierre”, fechado por su propia caligrafía el sábado 19 de enero de 1935 (cuyo texto omito por ofrecer algunas dificultades de traducción), fueron descubiertos por azar en el reverso de sus propias pinturas. En tanto que un tercero, “¡Si no fuera!”, escrito en homenaje al poeta mexicano Xavier Villaurrutia (acaso uno de los personajes más estimados por Moro) está enteramente concebido en español y, por lo que he investigado, hasta el momento no ha sido recogido en ninguno de sus libros o antologías. El texto vino a dar a mis manos gracias a la gentileza de la viuda del novelista Carlos Tosi, con quien el poeta mantenía una estrecha correspondencia y, demás está decirlo, una perdurable amistad.

En resumidas cuentas, la obra tanto poética como prosística de César Moro, registrada durante su larga permanencia en Francia o en América, puede ir en el siguiente orden bibliográfico: Le Château de Grisou (México, Ed. Trigondine, 1943); Lettre d´amour (México, Ed. DYN, 1944); Trafalgar Square (Lima, Ed. Trigondine, 1954); Amour à Mort (Paris, Ed. Le Cheval, 1957); Los Anteojos de Azufre (Lima, Ed. San Marcos, 1958); y La Tortuga Ecuestre (Lima, 1957). Este último libro estuvo preparado por André Coyné.

Cabe consignar, eso es, que Moro fue uno de los poetas latinoamericanos que sí participaron intensamente junto a André Breton en el movimiento surrealista (1925-1933), acaso impulsado por ese afán de búsqueda incesante que tanto lo obsesionaba. Y esta etapa de su vida tuvo gran importancia, como ya lo señalaron algunos de sus exégetas. El ensayista Julio Ortega, al prologar su antología, dice: “En 1940, con André Breton y Wolfgang Paalen, organizó en México la Exposición del Surrealismo”.

Por mi parte debo decir que no recuerdo haber leído un texto de amor hacia la tierra, su tierra, tan hermoso y significativo como su Biografía Peruana, en donde se entrelazan las húmedas raíces de un “jardín milagroso” de consanguinidad lírica, entre el pasado heredado y el presente en todo su esplendor.

Como en el caso de Vallejo, Eguren, Oquendo de Amat, el autor de La tortuga ecuestre es hoy, sin duda, uno de los pilares de la poesía contemporánea del Perú que de hecho ha deslindado cualquier límite geográfico y cultural.

Fueron célebres sus polémicas con el poeta chileno Vicente Huidobro. Vargas Llosa lo tuvo de profesor de francés en el Leoncio Prado. Para su amigo Westphalen, siempre fue un verdadero misterio por qué gran parte de su obra la escribió en francés. Enigma, al parecer, que todavía sigue en pie.

Seguramente Rubén Darío lo hubiera incluido en su libro Los raros
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(LOS POEMAS)

                                                       ¡SI NO FUERA!
                                         (en la muerte de Xavier Villaurrutia)

Xavier si no fuera tu muerte
el azul la luz serían oro líquido puro
las manzanas guardarían cada una un diamante
las aguas tranquilas sonarían
bajo una noche de amatista que rueda.

Yo miraría a través de la esmeralda legendaria
el país de nubes de ídolos de nube y piedra
que amanece tanto.
Coatliclue la divinidad maestra de obras
llora el prestigio de tu nombre tus señales de fuego
en la noche de México y aquel ligero túmulo
que para siempre nos agobia.

¡Y la piel oscura y ardorosa!
las cuevas de Altamira del llanto
trashuma y muere, contigo muere
todo un girón de piel oscura y suave
un litoral de risas y de nardos de sombras.
¿Qué hará la Noche?
acaso brille ahora su azabache más hondo
y sea aún más honda la soledad humana
y el sol que nace
en pura pérdida alumbra los escombros
la hecatombe la gleba.
El crepúsculo vuelve y vuelve la noche
y la vida y los tambores de la vida
y el eco fúnebre redobla tan fuerte
que ya no deja oír la voz de tus volcanes
¡oh México de fuego!

Si el silencio pudiera reynar de nuevo
si el cristal de tu vida continuara
todo sería fresco y niño
y volvería a ser la vida
aquel sueño de juventud de praderas
al viento al puro sol desmelenadas.

¡Qué hacer! Tu la presencia
el calor la amistad
eres ahora piedra
y dureza de mármol y laurel
¡pero qué triste todo!
como si el mundo fuera tu heredad
tu abandonada casa
en que faltas de manera tan aguda
que todas las ventanas están ciegas
y abren desesperadas
sobre la noche sorda
sus batientes enloquecidos
herrumbroso.

¿Qué gritos de leones
qué arcángeles negros
pueblan la Puebla de los Ángeles?

¿Y Veracruz morena
detiene el canto y gime?

En México que llora tu pasado raudo
el tristísimo sueño en que al dormirte
nos sumiste.

---ooOoo---


                                                            LA ALTITUD

Un núcleo de humor altivo
un ahogado cubierto de rabia
como de una espuma purísima
montañas guarnecidas de lana
dan las once
quédate hasta mi regreso
hijo del diablo
mendigo indecente
pústula del tiempo
quédate programa retorno de las menstruaciones
quédate hasta perder tu nombre
hijo de cartas piojosas
hijo de mierda
quédate, cuando las holas cambien tus narices por fuego,
quédate. Si el granizo, si los golpes, si las opiniones, si los
cuerpos
si las participaciones, si los anuncios y los pequeños anuncios
si la familia, si la fama, furtivos, fuegos fatuos, balas,
taparrabos, toneles, escalas, chasis, candelas
en cantidad de 36.000, etc., etc., caen
quédate
Hijo de la felicidad acunada
en un nido de escorpiones
suave a la mirada como el joven vitriolo vivaz
como el nacimiento de los hongos venenosos
acunado en una escolopendra
Hijo chocho afásico
luz de los hombres
hijo perseverante
la necesidad es más grande que la angustia.
---ooOoo---
(3 diciembre 34)
Traducción de Kato Molinari

(Postfacio)

Cuando se editó mi antología Poesía Amorosa Latinoamericana, en la Colección Claves de América de Biblioteca Ayacucho, no dudé en incorporar el poema “Batalla al borde de una catarata” de César Moro; porque representaba esa vertiente del surrealismo latinoamericano por “pecado original” del que hablaran sus creadores. Y, precisamente, lo incluí en la primera parte “Del Buen amor- del Mal amor”, en el que se identifican los textos poéticos posiblemente más emblemáticos y fervorosos de la poesía latinoamericana de todos los tiempos.

En una parte de mi prólogo decía: “La llave secreta para la poesía de esta parte del mundo, parece provenir de la pericia de sus cartógrafos, de los lectores de nubes, de las madonas y doncellas del buen viaje que arremetieron contra la impetuosidad, el celo y, muchas veces, el suelo inhóspito que les tocó convertir en morada para su descendencia. También aguas turbulentas son indicios de rutas inesperadas, de cataclismos súbitos, de toda una orquestación de pájaros cuya rareza es digna de compararse a una zoología solar o a una cantata lunaria. Los poetas que nacieron americanos y escriben como europeos y los europeos que al estar en estos paisajes sienten como americanos. De ese aporte, está todavía el sonido de la poesía. Y allá en el fondo de la historia, todavía hay un querube que da vuelta la página del gran Libro y señala el poema. Antes, las sirenas de ultramar cantaban y los grumetes oían su canto. Y aún hoy una cierta colorida clase de pájaros sobrevuela el crepúsculo de las mil tintas del corazón. Y repiten, traducen, reentonan sus cantos como un escolar en su clase de música.”

Los versos de Moro, remontan ese vuelo surreal en la poesía de raíces latinoamericanas. Es una redimensión ardiente, una simbiosis de las memorias que en estos lares, ha ido formulando una literatura culta, de búsqueda y de una densidad asombrosa de la modernidad… El pope del surrealismo francés, André Breton, se despedía así del poeta peruano:

Nuestro amigo, César Moro, quien acaba de morir en Lima formó parte del movimiento surrealista y publicó tres conjuntos de poemas: Le château de grisou (México, 1943), Lettre d’amour (México, 1944) y Trafalgar square (Lima, 1954). También editó en Lima, antes de la última guerra, una revista, El uso de la palabra que propagaba el pensamiento surrealista en América del Sur. Publicando el dibujo que nos envía su amigo Luis Gayoso (siendo la tortuga el “animal” totémico de Moro) nos sumamos al homenaje que él le otorga.”



1 La tortuga ecuestre y otros textos, de César Moro. Monte Ávila Editores, Caracas, 1976.
2 César Moro, de André Coyné, Ed. Torres Aguirre, Lima, 1956.