sábado, 1 de agosto de 2009

La zahúrda del diablo


AMARILIS INDIANA


Hasta hace poco, la Amarilis indiana se redimensionaría a través de los siglos como la autora de una delicada epístola ultramarina que tocaba la sensibilidad de Lope de Vega, con su famosa silva Epístola a Belardo y a la que él mismo respondía: “Ahora creo, y en razón me fundo,/Amarilis Indiana, que estoy muerto,/ Pues que vos me escribís del otro mundo...”
Desde ahí, una sospecha. Una misteriosa escritura poética del Perú más importante de principios de siglo XVII, que daba lugar a un mar de conjeturas sobre su verdadero origen, añadía una parte existencial, que, para algunos, resultaba ser una monja oculta y, para otros, un caballero poeta que se escondía tras ese seudónimo, con el fin de llamar la atención acerca de sus versos de aterciopelada y afiligranada voz. Grandes estudiosos como el escritor Luis Alberto Sánchez, le dieron nombre: “Probablemente, Amarilis, se llamó María Tello de Lara y de Arévalo y Espinoza” (Los poetas de la colonia y de la revolución, págs.135/149, Lima, 1974). Otros, como Ricardo Palma, la identificaron con nombre de varón y hasta desdeñosamente como a una “comadre cotorrera”. Sin embargo la inspirada, culta y enamorada poetisa, es, hoy por hoy, la mejor pluma del virreinato, en tanto mujer culta y de exquisita versificación.
De modo que la enigmática identidad de la conocida poetisa indiana, autora de la delicada Epístola de Amarilis a Belardo, que durante siglos ha mantenido en controversia a críticos y exégetas de las letras coloniales, recibe a través de este estudio del investigador Guillermo Lohmann Villena, un giro revelador. Se trata de una aguda búsqueda de huellas de la singular poetisa de los albores del XVII en el Perú. Su escritura poética en forma de silva fue seleccionada por el Monstruo de Naturaleza, el célebre poeta y dramaturgo Lope de Vega y Carpio para su obra La Filomena, donde reúne voces de la lírica iberoamericana.
Es la historia de amor ultramarno emanado de la pluma de la enigmática poetisa dirigida hacia el mismo Lope, ahora llamado Belardo, por quien le dirige tan apasionados versos, en seductora silva, con la que se teje, como ya dijera, el mayor de los prodigios poéticos que diera este lado de los virreinatos del Pacífico. Perla existencial, se diría, que por su calidad y asombro va a integrar la Filomena y El laurel de Apolo, antologías de voces hispanoamericanas en la que amalgama lo mejor del período que llega a 1621, fecha de su edición, conjuntamente con memorias y otros escritos del afamado autor del siglo de Oro español.

Lo interesante de esta obra del profesor Guillermo Lojeman Villena, reside en que logra descifrar la verdadera identidad de nuestra poetisa Amarilis, escritura de escrituras, que sobrepasan la modalidad lírica del momento. Es la época de Oña, Dávalos y Figueroa, de Mejía de Fernangil, de Miramontes y Zuazola, de Hojeda y, entre otros, de Bernandino de Montoya. Se corresponde también con otras voces apócrifas como la de Clarinda y su Discurso en Loor de la Poesía. No obstante, y a pesar de algunos exégetas que arrojan la «toalla de la investigación» para dejar inconcluso el tema de la misteriosa Amarilis y establecer, no sólo el nombre de la poetisa de Huánuco, María de Rojas y Garay, sino sus raíces y heráldica y ciertos matices de su existencia en el Perú Virreynal. Estos elementos descubren en apretada biografía, heredades y orfandad, peregrinajes hacia Lima, parentescos y lecturas preferidas. Lo que da un semblante cultural llamativo para la época y el mundo circundante. Tras ese seudónimo, Amarilis, se oculta María de Rojas y Garay, nacida en 1594 e hija de Diego de Rojas y Beatriz de Garay.
Entonces se perfila su linaje: el bisabuelo materno, el Adelantado Francisco de Garay, era de oriundez vizcaína y llegó a América en 1493, acomodado entre los 1200 colonos «los más hidalgos», según Perez de Tudela, en La negociación colombina de las Indias, en la Revista de Indias, Madrid, 1954.Mientras que su abuelo paterno, Diego de Rojas era natural de Málaga y con toda evidencia se encontraba ya en la ciudad de México hacia 1533; y su abuelo materno, Don Antonio de Garay, llegó al Perú hacia 1538, según se desentraña de las páginas de este libro. De la Epístola se colige enseguida su historia familiar:

«De padres nobles dos hermanas fuimos,
que nos dejaron en temprana muerte,

aún no desnudas de pueriles paños.

El cielo y una tía que tuvimos,

suplió la soledad de nuestra suerte:

con el amparo suyo algunos años

huimos siempre de
sabrosos daños:
y así nos inclinamos
a virtudes heroicas, que heredamos:
de la beldad que el cielo acá reparte,
nos cupo, según dicen, mucha parte,

con otras muchas prendas:

no son poco bastantes las haciendas
al continuo sustento;

y estamos juntas, con tan gran contento,

que una alma a entrambas rige y nos gobierna,
sin que haya tuyo y mío,

sino paz amorosa, dulce y tierna.»

De los traslados, matrimonios, transacciones familiares y ventas de terrenos, se sabe que Amarilis tomó los hábitos con su hermana Belisa en el Monasterio de la Encarnación. No obstante tomar los hábitos, Amarilis decide casarse hacia 1617 con Don Gómez Ramírez de Quiñones. Su hermana hará lo mismo. Aparentemente su vocación religiosa estaba limitada a su situación de quedar tempranamente huérfanas de padres.

Lohmann Villena, logra también establecer importantes documentos y dice: «La contrayente estrenó para la ceremonia un traje de gurbión color verde mar, costosamente recamado, cubriéndose con una toca blanca, con encaje de Flandes». También establece la fecha de su fallecimiento en 1621. Fecha, por lo demás, que se establece para la edición de la silva en la obra de Lope.

Como ya es sabido, producto de esa admiración que María de Rojas y Garay profesaba hacia el autor de La Dorotea, es que se inicia así la trama de una escritura inspirada en el amor hacia Belardo, objeto de apasionada sensualidad y manantial de exquisitos ensueños y radiantes manifestaciones de intimidades propias de una doncella, tal como cifra en un pasaje de la Epístola:

«Finalmente, Belardo, yo te ofrezco
un alma pura a tu valor rendida:

acepta el don, que puedes estimarlo;
y dándome por fe lo que merezco,
quedará mi intención favorecida,

de la cual hablo poco y mucho callo,

y para darte más no se si hallo.

Déte el cielo favores,

las dos Arabias bálsamo y olores,
Cambaya sus diamantes, Tibar oro,
Marfil Cefala, Persia su tesoro,

perlas los orientales,

el Rojo mar finísimos corales,

balajes los Ceylanes

áloe precioso Sarnaos y Campanes,

rubíes Pegugamba y Nubia algalia,
matistas Rarsinga

y prósperos sucesos Acidalia."

En síntesis, el presente estudio cifra uno de los propósitos más ambiciosos en torno al misterioso nombre Amarilis y las razones que el gran poeta español tuvo para sostener un intercambio de epístolas a la distancia, protagonizando así, la historia de un romance que culmina, al parecer, con la muerte inesperada de su propia heroína y extraordinaria poetisa del siglo XVI. Todo lo demás, son presunciones, actas de propiedades, cambios de residencia, cuadernos de notas acerca de un vestido, y el asombroso testimonio en letras de molde de una voz sin igual en el ámbito hispanoamericano.