lunes, 5 de octubre de 2009

Leyendo a Cavafis


UN ANCIANO

Solo, al fondo del ruidoso café,
está sentado un anciano con un periódico enfrente,
piensa en la miserable fatalidad que es la vejez,
y cuán poco gozó los años
cuando era fuerte, ingenioso y bello.
Sabe que envejeció, lo ve, lo palpa;
y sin embargo ayer era aún joven.
El tiempo pasó tan rápido, tan rápido...
piensa cómo lo engañó su discreción,
cómo creyó tan torpemente el mito que dice:
"Mañana tendrás mucho tiempo"

Recuerda impulsos contenidos, gozos sacrificados,
todas las oportunidades perdidas
que ahora se burlan de su necia prudencia.
Y de tanto pensar y evocar el anciano se duerme,
la cabeza en la mano, sobre la mesa del café.






TROYANOS

Son nuestros esfuerzos desafortunados.
Son nuestras tentativas como las de los troyanos.
Apenas nos levantamos un poco, apenas tenemos éxito,
empezamos a tomar valor y esperanzas,
pero siempre sucede algo que nos detiene.
Aquiles desde la trinchera emerge ante nosotros
y con sus gritos nos acobarda.
Nuestros esfuerzos parecen de troyanos.
Actuamos con decisión y audacia;
cambiamos el rumbo del destino,
y a la batalla vamos dispuestos;
mas cuando la crisis se presenta,
audacia y decisión nos abandonan,
el alma se nos turba y paraliza;
buscamos el refugio en las murallas,
y vemos, en la huida, nuestra salvación.
Sin embargo, nuestra derrota es cierta.
Arriba, en las murallas, los cantos han empezado;
nuestros propios dioses, Memoria y Sentimiento, lloran.
Hécuba y Príamo lloran amargamente por nosotros.


RECUERDA, CUERPO

Recuerda, cuerpo, cuántos te amaron;
no solo las camas que tuviste,
sino también los deseos que brillaron abiertamente

en los ojos que te vieron;
las voces temblorosas, que algún obstáculo frustró.
Ahora que todos han pasado,

parece como si en realidad te hubieran
entregado a esos deseos.

Cómo deslumbraban.
Recuerda los ojos que te vieron,

las voces que temblaron por ti.
Recuerda, cuerpo.


SI ME HUBIERAS AMADO

Si el rayo del amor
entibiara la oscuridad
del dolor de mi alma

su primer respiro
una feliz rapsodia entonaría.
No podía, ni en voz baja,
saber lo que en verdad significa:

vivir sin ti
es un dolor insoportable.
Si me hubieras amado...
mas todo son falsas esperanzas.

Si me hubieras amado, mis lágrimas
verían su fin

y de este callado sufrimiento
la inquietud se calmaría
ante la belleza de tu rostro.

/ En esta divina visión que
/ te rodea
/ las rosas adornarán

/ tu vida.
Si me hubieras amado...
mas todo es una esperanza vana.


ME RECOSTÉ Y ME ABANDONÉ EN SUS CAMAS

Cuando llegué a esa casa de placer;
no permanecí en los primeros cuartos
donde se celebran
con decoro, las formas aceptables
del amor.

Fui a la habitación secreta
y en su cama me recosté y abandoné.

Fui a aquella habitación secreta.

Que daba vergüenza nombrar;
mas no a mí, porque, si así fuera,
¿qué clase de poeta, qué clase

de artista sería?
Mejor fuera un asceta. Esos lugares

están más en la línea
de mi poesía, mucho más
que buscar placer en las habitaciones
de los placeres comunes.



SIMEÓN

Los conozco, conozco sus nuevos poemas,
entusiasman a las gentes de Beirut.
Otro día lo estudiaré
hoy no puedo. Estoy molesto.


Ciertamente sabe más de griego que de libanés.

¿Pero, mejor poeta que Meleagro?
No lo creo.


Pero Mebe, qué libanés, qué libros,
qué trivialidad,
Mebe, ayer nos encontramos (sucedió

por accidente) bajo la columna de Simeón.


Me mezclé con los cristianos
que rezaban y adoraban en silencio
se postraban, mas no siendo cristiano
no compartí su paz espiritual;
temblé entre ellos y sufrí

me conmoví, profundamente alterado.


Por favor no sonrías, piénsalo,

invierno, verano, noche y día por treinta y cinco años
ha vivido y sufrido sobre esa columna
antes de que nosotros naciéramos
(yo tengo veintinueve años, tú eres más joven).

Imagina,
Simeón se subió a su columna
y ahí ha permanecido de cara a Dios.

No tengo cabeza para trabajar hoy

pero Mebe, creo que es mejor
que repitas esto:
Digan lo que digan los sofistas
yo reconozco a Lamón
como el mejor poeta de Siria.


SOL DE LA TARDE

Este cuarto -lo conozco tan bien-
ahora se renta, como los demás, para negocios.
Todo el edificio se ha convertido en oficinas
para agentes, comerciantes y compañías.


Este cuarto -cómo lo recuerdo-.
Cerca de la puerta, aquí, estaba el sofá;
un tapete turco frente a él.
Junto, la alacena con dos floreros amarillos.
A la derecha, no, enfrente, un ropero con un espejo.
Al centro, la mesa donde él escribía
y las tres sillas austríacas.
Al lado de la ventana,

la cama donde tantas veces hicimos el amor.
Deben de estar por ahí esos vejestorios.

Junto a la ventana, la cama.
El sol de la tarde la ilumina hasta la mitad.
Una tarde, a las cuatro, nos separamos...
sería por una semana solamente...
esa semana fue para siempre.


FUI

No me detuve, me entregué por completo y fui.
Fui a los placeres irreales,
forjados a medias por mi mente.
Estuve dentro de la iluminada noche.
Bebí vinos fuertes
en la forma en que los hedonistas beben.


Traducción de Cayetano Cantú

(Poemas tomados de la Obra Poética Completa,
de Constantino Cavafis, editados
por la Pontificia Universidad Católica del Perú,
en su Colección El manantial oculto, dirigida por el poeta
Ricardo Silva-Santisteban, enero del 2003)

viernes, 2 de octubre de 2009

Poema

EN AQUELLA ANTIGUA TEMPESTAD DE TURNER


En verdad, yo venía siempre relampagueante como un sol;
y cada jueves moría por costumbre, por cuidar la alegría
/ de mis ojos,
olvidado en la bodega de un viejo galeón hundido en las
/ Antillas.
Nunca en la Costa de Marfil, ni en las vivas aguas corales
/ de la Polinesia.
He muerto muchas veces, bien lo sé, para bucear en aquellas
/ profundidades.
Y quedaba con incrustaciones de antiguos cristales de
/ Estambul,
en el polvo azul de un nácar misterioso.
Y así permanecía como una formidable estatua marina...

También tenía por costumbre revivir en los naufragios, las
/ tempestades de Turner.
Solía desentrañar al ángel de vidrio de Cocteau, antes de
/ entrar en el olvido;
y esculpir viejas lápidas antes de la resurrección, imitando
/ la ferocidad del demonio.
En verdad, renazco cada martes como el cielo manda.
Nunca en el Valle Perdido ni el Turquestán de los
/ malvados.
Jamás condenado al basalto gris o a la desolación.
Mis contentamientos eran muy humildes. Me gustaba el
/ sonido de los peces,
y la piedra ambarina que acumula recuerdos y más recuerdos,
/ como un dios mitológico.

Me hundía contigo, sin duda, reina de mis desventuras, en las
/ encrespadas aguas de la memoria.
Con esa extraña manía y ese cruel sentido del humor.


(De Mirada de Brueghel, F.C.E., México, 1990)