sábado, 10 de enero de 2009


La poesía no es una intención de la conciencia.
Es un reclamo de algo que va más allá de la conciencia.


Las palabras no están ahí para usarlas.

Las palabras están ahí porque son.


La Poesía no es un objeto.
La Poesía hace los objetos.

Definitivamente las canciones no son poesía;

pero un poema puede ser una canción.


viernes, 9 de enero de 2009






“La civilización ha dado de beber veneno a Eros, pero éste no ha muerto. Ha degenerado su vicio.”
NIETZSCHE

¡Ante la macabra carnicería en Gaza, recordemos a Numancia!



CASA DE MUÑECAS

La Masacre vampiresa con sus pestañas postizas,
escribe poemas de ajustada fibra amorosa,
al gusto del director de variedades.
Cada buitre le debe sus alas de sombra.
Cada cripta, la posesión de un sol.
La Masacre tiene una muñequita Pier Angeli,
lee a Celine, repudia a Wagner,
y cultiva madréporas y belladonas
en un huerto absurdo.
A la Masacre le gustan las primeras planas
/de los diarios,
y se ríe a través de su piel azul tuberculosis,
sosteniendo un ramo de flores venenosas.
La Masacre tiene una muñequita Pier Angeli
/despelucada y sola,
con pesadillas peligrosas.
La Masacre le canta al Mar Tenebrarum,
que hundió antiguos galeones de oro.
La Masacre brinca (como todos) en la Danza de la Muerte.



(De Mirada de Brueghel, F.C.E., México, 1990)







MUSEO DE LA CIVILIZACIÓN Y OTROS CUADROS FAMOSOS
n artista anónimo flamenco, te pintó desnuda
/como una diosa;
Y después te atravesó en su alcoba hasta la

/madrugada.
Botticelli, encontró una variedad en el color
Y vio una señal de peligro en tus ojos.
Giotto, adivinó tu encanto y te hizo ángeles
/y madonas.
En cambio, Leonardo, reconstruyó la cúpula dorada
/de la eternidad.
(Competía contigo, sin duda.)

Rubens, fue tu esclavo.
Dispuso de un ejército de espías para encontrarte.
También te gozó en su recámara de palacio.
Pero Titoretto, -¡ah, Tintoretto!-, renegó de tu
/engañosa apariencia,
Y te diseñó un crepúsculo como un vestido real...
Velázquez, se engañó. Te retrató en un rostro feliz.
Y de algún modo Tiziano, estuvo a punto de enloquecer
/por tu amor.

Y pagó caro por ello.
Por lo mismo Fra Angélico olvidó sus votos.
Sin embargo, no vales un Van Gogh, mucho menos un Klee.
Satanás te protege. Los desheredados te odian.

Y yo que soy del público, uno más del espectáculo,
te veo hoy como a la más abominable de las especies.


(De Mirada de Brueghel, F.C.E., México, 1990)





Como decía Quevedo, “soy hijo de mis obras y padrastro de las ajenas”. Eso, lo admito, me da pie para continuar con mi propia presentación. Después de todo, más vale ser conocido para opinar de uno, que cualquier otro que tenga la mala idea de recordarme lo imperdonable de lo que soy.

Entre otras cosas, está la de haber tenido la funesta idea de publicar mi primer libro, Los gestos interiores, en el sesenta y nueve, o sea, que no entré (para desgracia de los críticos y futuros exégetas) en la bien acreditada generación del setenta. Y todavía menos en la del sesenta. O sea que para siempre seré un poeta “degenerado” por propia voluntad.
Cuando mi amiga Olga Orozco (que era bruja), me lo decía resignadamente: “Tú lenguaje es tan personal que me cuesta clasificarlo como al de otros poetas”, en realidad lo que quería decirme era que me perdería en un purgatorio de las palabras que quién sabe adónde me iría a llevar. Vale decir que podría morir en un mar de la confusión... Lo que me señalaba, desde ya, como a un anarquista libertario que por ser del sur (de Buenos Aires) y realista por tolerancia; aunque alucinado por adopción, me obligaba a ser un “sur realista” en toda la extensión de la palabra, como bien reflexionaba el poeta desaparecido por el fascismo de la época, Jorge Santoro. Surrealista. O sea, un realista del sur “in terra ignota”.

Pero lo que es peor todavía, es la hora de los manifiestos. Los manifiestos vociferan rebeldía; pero casi nunca buenos poemas. Por eso, cuando me convocaron para tomar un determinado grupo estético, preferí salir a tomar aire fresco, porque lo podrido siempre me conduce al vómito. Ya sea en la literatura como en la política. Y yo, en vez de hacer algo más útil por la vida, no encontré mejor camino que el de ser el primer adelantado de mis propias provocaciones. Por eso escribía como si se me fuera a acabar el oxígeno. Y pertenecí al grupo literario más cuestionativo de la época: El escarabajo de oro. Una mezcla de Poe, Sartre, Marx y Camus.Antes, en el momento de servir en el ejército, donde todos se salvaban por tener pie plano o miopía, yo estuve bajo bandera como un soldadito de plomo, con la vista mejor que nunca y las piernas sanas como las de un canguro. Era el campeón de los saltos vivos y el esclavo de un sargento que me despertaba a las tres de la mañana para matarle los mosquitos y cebarle mate. Pero eso sí, cuando me ordenaban dar un paso al frente, yo daba dos atrás... Sin soltar la bandera. El cielo de Córdoba es testigo de que escribía poemas en el momento de hacer guardia con el fusil al hombro. Y sin embargo, leía en el reposo cuando estaba de cuarto vigilante.¿Había algo más edificante que soñar bajo los impulsos de la poesía en esos momentos tan oscuros? No lo sé. Tal vez. A lo mejor. Lo cierto es que vinieron otros libros y con ellos otros amargores de otra naturaleza, que de ninguna manera me hacía un adalid de la intolerancia. Cuando muchos poetas ya tenían cuentas bancarias, yo coleccionaba estampillas líricas: Vallejo, Pound, Eliot, Cesaire, Trakl, La Mandrágora, que ya eran clásicos en sí. Y debo confesarlo, me sentía como una mariposa sobre un témpano de hielo. Por eso publiqué un segundo libro, Según las reglas (1972), en la que recapitulaba en torno a la poesía y su fundamentación, que obtuvo un premio en el Perú y que llevaba el nombre de un poeta glorioso.

Con mucho dolor, hay que decirlo, el ser un “surrealista del sur” me hacía candidato, como a otros amigos queridos de las letras (y me refiero a Miguel Ángel Bustos, Jorge Santoro, Oscar Barros, entre muchos otros) a desaparecer en las tinieblas del absurdo, al mejor estilo de las palabras de Camus. Era la época en el que el infierno no era una metáfora literaria y estaba frente a uno como un espejo. (¡Ah, mi querido Rimbaud!... Tú que decías: “Por delicadeza/ yo he perdido mi vida”).

Así, en resumidas cuentas, vinieron otros libros, otros viajes, otros paisajes en mi itinerario existencial. Llegó el momento de recorrer buena parte de Latinoamérica, ver la tierra de mis abuelos en Europa y constatar que el mundo es mucho más cruel de lo que propone. Sólo la poesía redime a los hombres. Por eso, en In terra ignota, insistí con Son esas piedras vivientes (1982); Yo creía en el Adivinador orfebre (1983); Mirada de Brueghel (1990)e Hypnos (1995), que son, en conjunto, crónicas de una música obsesiva y una flora desconocida que he tenido toda la intención de reinventar.Sí, soy hijo de mis obras y padrastro de las ajenas, como dijera Quevedo. ¿Por qué no? Hago este autobrulote como si fuera El Otro que soy, es decir, el mismo. Un saturniano de autobrulote.

Después de todo, quizá, Luisa Mercedes Levinson tuvo razón cuando me dedicó su libro: “...Yo el búho le auguro a mi hermano en premoniciones, la suerte y la buena magia”.




PARA CONFIARME A TU CUERPO


Para confiarme a tu cuerpo no fui ladrón ni verdugo,
Tampoco un adicto que te regala versos, o finge
/la locura más extraña;
ni un ángel fumador de opio en los arrabales de
/Alejandría,
que se refleja cada tanto en tus sueños...

Para confiarme a tu cuerpo por toda una eternidad,
Fui contador de perlas en Macao, transmisor de sífilis
/en Estambul,
Cantor de tugurios como algo, creo, venerable;
Acaso, un bebedor más viejo que Khayyam con su hetaira
/más hermosa y sus velos sensuales.
Para confiarme a tu cuerpo, fui desvergonzado estafador

/en Rímini,
Divulgador de historias en Bogotá que anduviera
/por carne semejante...
Sí, para confiarme a tu cuerpo.
Fui buscador como el que más del metal sagrado que hay
/en la apestosa muerte.
Nada más que para confiarme a tu cuerpo.

(Del libro Mirada de Brueghel, F.C.E., México, 1990)





“Antes muerto estaré que escarmentado”
Quevedo

“Adiós Adiós
Sol cuello cortado”

Apollinaire

(Pon tu mano sobre el pendón sagrado)

Piscis se eclipsó en verano,
cuando maduran en el emparrado

las oscuras uvas del amor y la locura.
Eras Teseo iluminado,

en abierta lucha contra el Minotauro.

Buscaste liberar a Proserpina del infierno
y destruiste a Tritón, el semidiós pescado

/de verdoso pelo.

Te embarcabas en c
ualquier empresa
/como argonauta,
con la esperanza de coronarte salvador
/de los necesitados.

No dudaste en unirte a Hércules
y fuiste preso en Devoto.

Yo te llevaba noticias de los desencarcelados,

/cada domingo en la visita,

pero en respuesta, me contabas de los Centauros

/y de la tierra aún cautiva.

¿Qué rayo de sol no coronó tu desafío?

¿Qué maldita sombra no desangró tu pecho?
Fueron años de combate,

de clandestino amor donde se avivan

las alucinaciones, en erráticas conquistas.

Sí, eras Teseo iluminado,
el que volvía en aquellas madrugadas temibles...




(Este poema es parte del libro De ajena potestad, en homenaje a su hermano Eduardo (1945-2003), artista plástico, psicoanalista y luchador social. Este poema ha sido distinguido recientemente en el Premio de Poesia Animula Vagula Blandula del grupo editorial Delenda est Carthago, Valencia, España, 2008).



En los días que corren de enero del año 2009