domingo, 4 de diciembre de 2016

Pequeño relato editado en 1993

DE CRÓNICAS DE VIAJE Y OTROS GAJES DEL OFICIO

 Por Manuel Ruano


MI SIGNO está regido por Saturno. Por eso siempre quise ser mago. Nada por aquí; nada por allá. Babilonia en un barrio de Buenos Aires, de ese mismo cielo de Borges y de Gardel.
De manera que manejar con toda soltura mi vocación mesmérica, fue para mí la única razón de coherencia planetaria.
De ahí también la fascinación por el Arte de los Espejos, los efectos de la magnetización de un árbol, dirigir el comportamiento de una multitud, aniquilar el sufrimiento de los demás por la implantación de manos.
Como el Abate Faría, encantar con la dirección del pensamiento y formalizar visiones estremecedoras. Por eso, pienso, mi aprendizaje fue precoz; porque ya a los doce años hice desaparecer tías insoportables, primas escandalosas y vecinas curiosas de mis adelantos en ese juego, con sólo, con sólo imaginármelas en un espejo como si fueran conejos y palomas en la galera de un prestidigitador.
Nada por aquí; nada por allá.
Cuando falleció mi abuelo (al revés de Poe en su cuento), quise revivirlo a través del mesmerismo; pero como mis conocimientos esotéricos eran todavía muy pobres, tuve que conformarme con otras variantes que, como todas, fueron un horrible fracaso.
Nada por aquí; nada por allá.
Y a los trece años un magnetizador famoso de origen español, me provocó el sueño lúcido en una función en el teatro Opera. El sueño naturalmente pasó; pero me dejó lúcido para siempre.
Cuando no podía comprar algún libro, lo imaginaba por entero y enseguida escribía uno. Cuando no había dinero para ver una película, la "veía" con la mente interior como el Gran Lama del Tibet y su "Tercer Ojo", como si estuviera en la "matiné" de un cine del barrio San Cristóbal.
Entonces, a partir de ahí trabajé en otros oficios: fui tipógrafo, vendedor de puerta en puerta, oficinista, di clases especiales y fui ayudante de un ilusionista llamado Tu Sam que leía la mente de los demás; pero no leía la mía cuando tenía que pagarme.
Y de cualquier manera fui haciendo mi propio catálogo de los espejos: "El espejo de una casa pobre tiene paredes descascaradas"; "Hay autores que son espejos de otros autores"; "Una sala de espejos viola siempre la intimidad de los difuntos"; "El espejo de un ladrón, le devuelve siempre su dignidad"; "La Poesía no necesita espejos porque se refleja a sí misma"; "Un gato encerrado en un espejo es un componente mágico" y cosas por el estilo que concretamente -lo confieso- me han ayudado a sobrevivir en un mundo embrutecido por la codicia y despiadado por el materialismo de la propaganda.
Nada por aquí; nada por allá. Y así como fui un sonámbulo, hice mis propios sonámbulos en espectáculos memorables para mí solo.
Mi cielo -ya lo dije- está regido por Saturno, es decir, mi Babilonia celeste. Luego hice mi propio espejo interior y quedé atrapado definitivamente para la Magia y la Poesía.
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Magazin del diario El Espectador, Santafé de Bogotá, 1993


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