lunes, 6 de julio de 2015

Testimonios del tiempo

A PROPÓSITO DEL LIBRO Y DE SU GUSANILLO


En un famoso prólogo de 1933, Borges decía: “Leer, por lo pronto, es una actividad posterior a la de escribir: más resignada, más civil, más intelectual.”

Sobre la permanencia del libro (como objeto de arte o mercancía), se ha escrito tanto o más, que los volúmenes que se han editado hasta el presente –siglo tras siglo tras el crujir de las linotipias - no dejarían espacio libre en ninguna biblioteca. Porque antes de la imprenta de Gutenberg, los libros se escribían a mano por unos monjes a los que no se les permitía hablar entre sí a riesgo de equivocar la escritura. Y aún antes de eso, los rapsodas recitaban un texto epopéyico o lírico, como si fuese un texto sagrado, sin altavoces, para que generación tras generación lo siguieran registrando en su memoria.

Por eso, más allá de los temas, tengo por principio referirme con mayor preferencia a los libros de literatura, que son amigos más fieles y generosos que los otros.

Un escritor de nuestros días, sigue convencido que un buen libro siempre es mejor que quien lo escribe. Y es verdad, porque lo que importa es la obra, no el autor. El escritor es un vehículo transitorio expuesto a la propaganda del mercado y a los medios que hacen de él un ícono para el consumo. Pensemos que China (como señalaba Voltaire) estaba ya llena de libros cuando las naciones europeas no sabían leer ni escribir. Y en su Diccionario Filosófico, añade: “Los poemas de Homero, durante mucho tiempo, fueron tan poco conocidos, que Pisístrato fue el primero que los puso en orden y los hizo copiar en Atenas, unos quinientos años antes de la era vulgar”.

Para un buen lector, el libro es su “Casa Mental”. Siempre está expuesto al placer que se saca de su lectura. Desde su Torre, Don Francisco de Quevedo decía: “Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los muertos”. De ahí que un buen libro es un paisaje que se sueña y que al soñarse, es un escenario de lo maravilloso. Así, tenemos referencia del Quijote, cuyo autor jamás pensó en tener un taller literario ni cosa parecida.

Decía Mallarmé que el mundo existe para llegar a un libro. Borges añade una cita de Homero al convocar a los dioses y decir que tejen de desdichas al mundo para que la posteridad tenga algo que cantar. La cita es muy a propósito porque, pienso, habría que tener en cuenta un tercer elemento: el fuego. Ya que sin él no hubiera existido la quema de la Biblioteca de Alejandría y Prometeo no se lo habría robado a los dioses. Pero yo tengo la duda de si estuvo primero la imaginación en el hombre o el fuego. Porque el fuego, digo, antecede a toda composición literaria y templa el hechizo de la imaginación. Por eso van unidos en el ardor de un escrito, de un poeta o de un escritor; también, al destino que un déspota puede dar a una biblioteca o a una obra literaria, cuando ésta no conviene a su credo político o religioso.

De esta manera el libro sucede a la etapa de la leyenda oral de los poetas áulicos, a los aedos, a los vates y a los trágicos griegos. Hôlderlin, mucho más tarde dice que la escritura es la morada del hombre. Y es verdad. La escritura es la dimensión espiritual más hermosa y resplandeciente desde la antigüedad.

En cuanto a la Feria del Libro que se desarrolla en Buenos Aires, quiero decir que es siempre provechoso comprobar que el libro, a pesar de los siglos, la inquisiciones y los fuegos de artificios de los fascismos y dictaduras terrenales, sigue gozando de buena salud. Y es de destacar, ante esto, una frase de Georges Bataille: “Lo que enseña de tal modo el escritor auténtico –por la autenticidad de sus escritos- es el rechazo al servilismo (y en primer lugar, el odio a la propaganda). Por ello no se sube al remolque de la multitud y sabe morir en la soledad.”


¿Habrá alguna otra posibilidad que este objeto de arte hecho de papel que convive con su hipotético lector, pueda desaparecer? Mucho se ha especulado sobre eso ante el advenimiento del libro electrónico. Éste es, lo aseguro, un tema para clarividentes, no para escritores; pero el libro sigue en los estantes de la biblioteca sin desmerecer su función a quien quiera ausentarse en la lectura. Una cosa es la información (señores de la moda) y otra especular sobre su desaparición, porque si está muriendo el libro, deberá estar muriendo también el idioma y mucho me temo que la Nación.


En cuanto al gusanillo que se come los libros… ¡Libera nos, Domine!

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