miércoles, 2 de abril de 2014

Del siglo XVI

Fray Luis de Miranda

Llegó a nuestras playas a mediados del siglo XVI con la expedición de Don Pedro de Mendoza.
Según Ricardo Rojas, su Romance elegíaco, de ciento cincuenta versos de pie quebrado,
es el primer poema de aliento escrito en América. Esos versos inauguran  la iconografía literaria
del país, mostrándolo en dichas estrofas -crueles y amargas-como a una mujer veleidosa que no
recompensaba los esfuerzos de los conquistadores, dándoles la muerte a cambio de sus sacrificios.
En su aventura americana, Fray Luis de Miranda, estuvo ligado al periplo agitado de Don Alvar Núñez Cabeza de Vaca.



ROMANCE ELEGÍACO

Año de mil y quinientos
que de veinte se decía,
cuando fue la gran porfía
de Castilla,
sin quedar ciudad ni villa,
que a todas inficionó,
por los malos, digo yo,
comuneros,
 que los buenos caballeros
quedaron tan señalados
afirmados y acendrados
como el oro.
Semejante al mal que lloro
cual fue la comunidad
tuvimos otra en verdad
subsecuente:
en las partes del poniente,
en el Río de la plata.
Conquista la más ingrata,
a su señor
desleal y sin temor,
enemiga del marido,
que manceba siempre ha sido
que no alabo,
cual los principios al cabo
aquesto ha tenido cierto
que seis maridos ha muerto
la señora.
Y comenzó la traidora
tan a ciegas y siniestro,
que luego mata al maestro
que tenía,
Juan Osorio se decía
el valiente capitán
Juan de Ayolas y Luján
y Medrano.
Salazar por cuya mano
tanto mal nos sucedió;
Dios haya quien lo mandó
tan sin tiento
tan sin ley ni fundamento,
con tan sobrado temor,
con tanta envidia y rencor
y cobardía.
En punto desde aquel día,
todo fue de mal en mal,
la gente y el general
y capitanes.
Trabajos, hambres y afanes
nunca nos faltó en la tierra
y así nos hizo la guerra
la cruel.
Frontera de San Gabriel
a do se hizo el asiento,
allí fue el enterramiento
de la armada;
cosa jamás no pensada,
que cuando no nos catamos
de dos mil aun no quedamos
en doscientos.
Por los malos tratamientos
muchos buenos acabaron
y otros los indios mataron
en un punto.
 Y lo que más que esto junto
nos causó ruina tamaña,
fue la hambre más extraña
que se vio.
La ración que allí se dio
de harina y bizcocho,
fueron seis onzas u ocho,
mal pesadas.
Las viandas más usadas
eran cardos que buscaban
y aun estos no los hallaban
todas veces.
El estiércol y las heces
que algunos no digerían,
muchos tristes los comían,
que era espanto.
Allegó la cosa a tanto
que como en Jerusalén,
la carne del hombre también
la comieron.
Las cosas que alli se vieron,
no se han visto en escritura.
¡Comer la propia asadura
de su hermano! ¡Oh, juicio soberano
que notó nuestra avaricia
y vio la recta justicia
que allí obraste!
A todos nos derribaste
la soberbia por tal modo
que era nuestra casa y lodo
todo uno.
Pocos fueron o ninguno
que no se viese citado,
sentenciado y emplazado
de la muerte.
Más tullido el que más fuerte,
el más sabio más perdido,
el más valiente caído
y hambriento.
Almas puestas en tormento
en vernos, cierto, a todos.
De mil maneras y modos
ya penando.
Unos contillo llorando
por las calles derribados,
otro lamentando echados
tras los fuegos,
del humo y ceniza ciegos,
y flacos, descoloridos,
otros de desfallecidos
tartamudos.
Otros del todo ya mudos
que huelgo echar no podían;
así los tristes morían
rabiando.
Los que quedaban, gritando,
decían: Nuestro General
ha causado aqueste mal,
que no ha sabido
gobernarse, y ha venido
aquesta necesidad.
Causa fue su enfermedad,
que, si tuviera
más fuerzas y más pudiera
no nos viéramos a punto
de vernos así tan juntos
a la muerte.
¡Múdenos tan triste suerte,
dando Dios un buen marido,
sabio, fuerte y atrevido
a la viuda!


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