Yo tenía un tío que era amaestrador de pájaros.
Más bien, se parecía a un pájaro. Siempre sobrepesando
los alpistes y las hojitas de lechuga.
Pero su conversación
con los pájaros variaba en las tonadas, en el silbido
o en la repetición de una palabra. Cada silbido
era una ración de semillas que pesaba tanto
como las palabras. La cara junto a la jaula me
revelaba sus pensamientos. Creo que ese monólogo
de los trapecios me indujo a más de un ritmo interior.
Así lo creía. Y el tío se iba convirtiendo, poco a poco,
en un pájaro. Hasta que un día lo vi comer alpiste.
Y creo que se voló, desapareciendo del mundo
de los vivos con alas de canario.
(Tomado de La canción del enano, Ed. A Sotto voce, 2002)
1 comentario:
Comenzé a llorar, nada más terminé de leer el poema. Creo que todos hemos tenido a alguien en la mano transformándose en pájaro. Gracias.
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