sábado, 13 de diciembre de 2008




Yo tenía un tío que era amaestrador de pájaros.

Más bien, se parecía a un pájaro. Siempre sobrepesando

los alpistes y las hojitas de lechuga.

Pero su conversación

con los pájaros variaba en las tonadas, en el silbido

o en la repetición de una palabra. Cada silbido

era una ración de semillas que pesaba tanto

como las palabras. La cara junto a la jaula me

revelaba sus pensamientos. Creo que ese monólogo

de los trapecios me indujo a más de un ritmo interior.

Así lo creía. Y el tío se iba convirtiendo, poco a poco,

en un pájaro. Hasta que un día lo vi comer alpiste.

Y creo que se voló, desapareciendo del mundo

de los vivos con alas de canario.



(Tomado de La canción del enano, Ed. A Sotto voce, 2002)

1 comentario:

Fidelia dijo...

Comenzé a llorar, nada más terminé de leer el poema. Creo que todos hemos tenido a alguien en la mano transformándose en pájaro. Gracias.