lunes, 15 de septiembre de 2008

Cuento




n la región de Ésero los niños se comen a sus padres. La costumbre obedece a un principio religioso de reencarnación. El acto, es verdad, puede parecer atroz para aquellos que están habituados a ciertos tradicionalismos que no tienen por paradigma el “comeos los unos a los otros”. Pero entre otras cosas interesantes de este lejano lugar, está la de no deshacerse de los muertos, enterrándolos de la manera tradicional. No. Más bien, éstos sirven de alimento a la comunidad, ya acostumbrada a devorarse a sí misma, y a todo tipo de otras idolatrías y mensajes ideológicos que suelen programarse en la televisión local. Sin embargo, los muertos son destruidos por el fuego. Y sólo aquellos cadáveres que en vida han padecido terribles enfermedades, tienen una ceremonia especial. En muchos casos, los huesos son conservados como excelentes proveedores de energía calórica, en aquellos lejanos sitios en los que escasea el combustible líquido. Y hasta se los emplea como brasa viva en hangares y refugios de la población más desprotegida.

Como los árboles han sido destruidos por los políticos y negociantes de la madera, la gente se reconforta en no construir ataúdes o bancas para el congreso. Se valen de los huesos de los difuntos. Además, algunos artistas han destacado la generosidad del fuego, cuando el fuego se alimenta de restos humanos. Lo que evidentemente se trasluce en resplandores inigualables a la hora de la llamada consideración estética de la población. A esto, debo agregar que se le llama Arte Popular, o sea, la belleza según los huesos de las grandes mayorías, a cualquier engendro audiovisual que tenga que ver con la ultratumba. Y Arte Elitesco, al que proviene de los sectores de altos ingresos financieros, que, por otra parte, es un desafío a la inteligencia y al buen gusto. Un lema dice: “Done sus huesos, nosotros construimos un palacio con lo más íntimo de su esqueleto”. Esto parece tonto; pero no lo es tanto, si se tiene en cuenta que una tradición asegura que si alguien comete un crimen, un tribunal le dicta la sentencia de ponerle otra cabeza, es decir, un castigo por partida doble, porque le asegura, al menos, el Súper Yo que le faltaba a la anterior.En el País de los Malos Pensamientos los cráneos de las personas suelen guardarse como adornos con destino diverso; pero con un simbolismo muy diferente al que le dan algunas tribus primitivas. En Ésero, todo el mundo puede comprobar que existe una cuestión sentimental que hace de esos objetos mortuorios una presencia viviente del personaje. Como la gente está desposeída –como se dijo- de su Súper Yo, le da más importancia a aquellos que han sido devorados por sus propios hijos. Pero este comportamiento varía en las familias, y va de acuerdo a su clase social. Las clases de más rango de la especie, se regulan según su naturaleza sexual: los infantes de sexo masculino, se comen a sus padres; y las de sexo femenino, a sus madres. Esto asegura la continuidad del género en la comunidad. Y nadie podrá considerar a su semejante de maldito simio. Mientras que en las clases más desposeídas, los infantes se comen los unos a los otros sin ninguna discriminación, lo que aumenta la violencia desmesuradamente entre la población, y estimula la libre empresa en la sociedad, es decir, el neoliberalismo antropofágico. Como se comprenderá, quienes violan estas prácticas, son mal vistos por los habitantes de Ésero, y son tratados de elementos extraños y anarquizantes, hasta el punto de ser desterrados de aquellas playas paradisíacas.

Un día apareció en la playa el mascarón de proa de un barco antiguo, con la figura de una sirena. En el momento de encontrarla, un pescador observó que la figura movía sus caderas y guiñaba los ojos. Como se podrá conjeturar, el pescador la llevó a su casa y no supo qué decirle a su mujer sobre el hallazgo y el por qué de su nueva propiedad. A la mañana siguiente, estaba en alta mar con su sirena, en medio de una tempestad cruel y sin posibilidades de salvamento.

Como en este lugar no existen los días ni las noches, hay un momento en el que los vientos se arremolinan en un punto. De modo que es allí cuando aparece una rara paz interior, tan armónica y apacible, que los nativos llaman Celebración del Palo Mayor; porque es allí, precisamente, donde se genera un raro fenómeno, conocido como de los cuatro puntos cardinales -o sea la flor de los vientos- en la confluencia de varios arcos iris que se entrecruzan entre sí. Esto llama la atención de los pobladores, que, desde hace centurias, proclaman tal Celebración. El instante es propicio para que las Alcaldías convoquen enseguida a los Juegos Florales de la estación y a la elección de cuatro de las más hermosas doncellas que, como es natural, deben treparse al Palo, que previamente es enjabonado con una extraña espuma de esencias vegetales, aceites y aromáticas emanaciones de mentas y malvaviscos. El juego consiste en que la joven que llega a la cumbre, será necesariamente coronada y erigida reina del Palo Mayor, adornándosela con guirnaldas, collares floridos y pulseras de lapislázuli, entre otros llamativos prendedores que entusiasman a todos los habitantes.

Lo extraño de esta festividad, está en que la ganadora deberá yacer con el anciano más longevo del lugar, hasta que la muchacha logre mantener trato carnal con el anciano, porque entonces será exhibida a la población en medio de una algarabía general, con fuegos de artificio y música de orquestas locales que, en realidad, saludan al anciano como Primer Palo Mayor de la especería. En cuanto la festividad llega a su término, el anciano muere como cigarra después del apareamiento, y es elevado al panteón de los más fértiles y dignos hombres del lugar. Mientras que la muchacha, si queda preñada, es nombrada Primera Dama Desflorada de Ésero, lo que le da derecho a elegir marido entre los jóvenes de su gusto y designar a las cuatro doncellas que concursarán en la festividad próxima.
En aquel País de los Malos Pensamientos, los mendigos, empeñados en el oficio de la limosna, han inaugurado un banco de préstamos a plazo fijo. Los mendigos más prósperos, son gerentes. Los demás, propagandistas en el negocio del desamparo. Tal es así, que como todas las disciplinas tienen sus mendigos, la principal es la de los políticos, que mantienen una conciencia despilfarradora del Yo; aunque la más disparatada es la de los artistas, que dicen “a la gorra”, y enseguida escenifican un discurso vacío de toda consistencia estética.

En el País de los Malos Pensamientos, hay una plaza que tiene en el centro una fuente de agua en la que salen peces del mar, que, al tomarlos, se desvanecen en las manos de los asistentes. Las mujeres van allí con la esperanza de quedar embarazadas. Si logran tomar un pez dorado, con toda seguridad tendrán progenie. Pero si es plateado, tendrán negada la maternidad por muchos años... De los peces que salen de la fuente, ocurre un fenómeno curioso para los hombres: si uno de los peces se aferra en el sexo de cualquiera de ellos, seguramente quedará castrado. Si los peces son dos, entonces le asegura la fertilidad de por vida.

Con un poco de paciencia, uno va tomando en cuenta que el verdadero interés de estos harapientos de las calles de Ésero, se descubre en el embuste y en la miserabilidad humana. Maquinalmente, ésta radica, en primer lugar, en la antigua teoría de inspirar lástima, para que sus espectáculos atraigan la atención del hombre del común. De ahí que los mendigos se disfracen de poetas, los poetas de actores, los actores de pintores, los pintores de iluminados, los iluminados de religiosos y los religiosos de conductores de masas, que, por lo general, conducen hacia el mismo basurero, en un clima de carnaval ambulante.

En una palabra, el clima que se vive en esta ciudad es espantoso. Donde la burocracia y la ociosidad hacen el pan de cada día. Por cada ciudadano de Ésero, hay noventa y nueve mendigos arrojando sus pestilencias, y arrastrando sus harapos lastimosamente, manipulando sus telefonitos celulares para saber cómo sigue el ritmo de la bolsa y las finanzas.
Así transcurre la vida en el País de los Malos Pensamientos, entre místicas y evangelizadoras añoranzas ya repartidas en la propiedad individual. Pero como el ciudadano de Ésero no tiene ideal del Yo, se entrega al libertinaje y al saqueo de un mercado poco explotado aún, el de la más completa sumisión anal de su conciencia.

-A la gorra- dicen. Y las monedas pasan de mano en mano, antes de caer en un trasfondo de ruindades y detritus de la falsedad humana, como argumentos poéticos de una poesía que no llegará nunca; porque en el País de los Malos Pensamientos, la mentira lo corroe todo, hasta quedar completamente apolillada. ¡Y la poesía brilla por su ausencia!

Las mayores distracciones de las gentes se distribuyen en los Sís predominantes y en los Nos, que son, más bien, las minorías sediciosas que añoran el exterminio masivo de los más desposeídos. Un estudio digno de crédito, dice que los Nos, provienen de los bajos instintos y de los neuropsiquiátricos, que, por alguna razón, han quedado huérfanos no sólo de su Súper Yo controlador, sino del mismo Inconsciente, originando un ser destructivo de toda naturaleza y de todo acto de sensatez. Lo lamentable de Ésero, es que no tiene psiquiatras, porque éstos han emigrado al mundo del norte. Y ahora es una verdadera pesadilla saber quién tiene un poco de conciencia crítica.

En estas tierras aprendí a estudiar las costum
bres más extrañas de los eserianos. He visto, por ejemplo, que las personas se sirven de las personas, sin hipocresías de ninguna naturaleza. Es una vieja manía ventajosa y desnaturalizada a un tiempo. Nadie pide permiso a nadie, cuando se le antoja servirse de otra persona. Todo va para el más íntimo y provechoso uso personal. Si alguien desea a una hermosa muchacha, no duda en poseerla como si cortara una flor en el camino. Aquí no hace falta el enamoramiento previo, ni cosas por el estilo. Y esto es visto con simpatía y hasta con envidia. En cambio, si alguien necesita dinero, el procedimiento varía. El solicitante se dirige a una persona con apariencia de poseerlo, y con un gentil saludo de sombrero, le introduce la mano en el bolsillo y se sirve de los billetes que necesita. Y vuelven a saludarse hasta otra oportunidad. El robo, por difícil que parezca a los turistas, no está considerado entre los habitantes ni el Código penal de Ésero. Por eso las iglesias se han convertido en bancos y las casas de juego, en sitios de súplica y de oración. Por difícil que parezca, un cura está considerado un crupier, y a un testaferro se le rinde la pleitesía de arzobispo. Y así, casi nunca se cometen excesos.
La lectura prácticamente ha desaparecido en el País de los Malos Pensamientos. Todo el mundo, por lo común, cita a alguien sin haberlo leído. Y pasa por un intelectual. Cuando alguien desea leer a Shakespeare, a Dostoyevski o a Cervantes, póngase por caso, deberá pedir autorización al propio libro. Eso mismo ocurre a la hora de dormir, de comer o defecar. El procedimiento es simple, y es mejor no obviarlo en ningún caso. Si alguien va a pisar una alfombra, antes de ponerle un pie encima, es mejor decirle: “¿puedo pisarla?” Y así con todo.

En Ésero, se venden unas botellitas con un mensaje venido del mar, que cada cual compra según su necesidad de aliento y de esperanza. También existe el mito de que vendrá pronto un dios a poner cabeza a sus habitantes y a dotarles de una conciencia en la que exista la sensación de angustia y de principio del placer. En los negocios de bisutería, venden unas cajitas de cartón con unos prendedores que los más jóvenes dicen son para protegerse de la melancolía. Y unas cintas de colores, que las muchachas suelen usar para encomendarse a su propia perdición.

Como Rimbaud (que nadie nombra en Ésero) busqué mi Harrar en el País de los Malos Pensamientos. Aquí, la soledad es absoluta. No hay amigos. No hay trato familiar. Una flora exuberante crece a mi alrededor como grandes autopistas del desconocimiento humano, que nacen de una rara alienación.
En el momento que lo considere, tomaré quizá el rumbo que describe Borges, parafraseando al misterioso informante Brodie en el país de los Yahoos, que queda justo en la frontera Norte.

Hacia el Oeste, queda una tierra inhóspita, de los más extra
ños caníbales.

Seguramente, no miraré nunca el mapa del Este, donde existen unos volcanes que dejan escapar extraños humos y venenosos gases.

Lo más probable es que tome hacia el Sur, donde todavía queda algo de la esperanza vivida. Allí habrá música, poesía, pintura, un elixir que sea la flor innata del corazón más puro. ¿Y los hombres tendrán sueños como acostumbraban antiguamente? No lo sé.

En el País de los Malos Pensamientos, no existen los días ni las noches. Todo es una neblina para endriagos y vestiglos milenarios. Pero hay quien piensa que su memoria, es más temible que las revelaciones del País de la Mil y una Noches...


(Del libro de cuentos No le cuentes tus secretos a la luna)


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