DAMA
IMPACIENTE
Aquella
mujer hacía de los hombres estatuas vivientes. Pronosticaba idilios
a la distancia como si vaticinara una jornada primaveral entre sus
relaciones; pero nunca llegaba a concretar sus citas. Escribía
cartas anunciando encuentros que nunca cumplía. Para cada encuentro
había, enseguida, un desencuentro, cuya propuesta quedaría
abrochada en un imaginario muro de los recuerdos. Aquella mujer, era
la representación viva de la inseguridad. Cuando decidía ponerse un
vestido, enseguida cambiaba de opinión y se fijaba en otro, y así
sucesivamente. Cuando asistía a su sesión de análisis, su
terapeuta, religiosamente, optaba por mirar al techo. Eran tantas las
veces que cambiaba su relato, que su psicoanalista decidió cambiar
de paciente; pero ella, insistente, lo perseguía con su discurso por
toda la ciudad, sin parar de hablar, hasta que éste, abrumado por la
persecución, se convertía en estatua. Un día, de la boca de
aquella mujer salieron plumas, cientos de plumas, con las que ella se
empeñaba en revestir sus estatuas vivientes que ahora optaban por
elevarse al cielo. De ahí que cuando dirigía su mirada hacia el
este o hacia el oeste, automáticamente, sus estatuas cambiaban la
orientación de sus existencias que, ahora, volaban como mariposas…
Para que bajaran a tierra, las estatuas debieron perder sus plumas, y
las plumas, perder las palabras.
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1 comentario:
¡Divertidísimo! Felicitaciones al autor: Alicia
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