A
PROPÓSITO DEL LIBRO Y DE SU GUSANILLO
En un
famoso prólogo de 1933, Borges decía: “Leer, por lo pronto, es
una actividad posterior a la de escribir: más resignada, más civil,
más intelectual.”
Sobre
la permanencia del libro (como objeto de arte o mercancía), se ha
escrito tanto o más, que los volúmenes que se han editado hasta el
presente –siglo tras siglo tras el crujir de las linotipias - no
dejarían espacio libre en ninguna biblioteca. Porque antes de la
imprenta de Gutenberg, los libros se escribían a mano por unos
monjes a los que no se les permitía hablar entre sí a riesgo de
equivocar la escritura. Y aún antes de eso, los rapsodas recitaban
un texto epopéyico o lírico, como si fuese un texto sagrado, sin
altavoces, para que generación tras generación lo siguieran
registrando en su memoria.
Por
eso, más allá de los temas, tengo por principio referirme con mayor
preferencia a los libros de literatura, que son amigos más fieles y
generosos que los otros.
Un
escritor de nuestros días, sigue convencido que un buen libro
siempre es mejor que quien lo escribe. Y es verdad, porque lo que
importa es la obra, no el autor. El escritor es un vehículo
transitorio expuesto a la propaganda del mercado y a los medios que
hacen de él un ícono para el consumo. Pensemos que China (como
señalaba Voltaire) estaba ya llena de libros cuando las naciones
europeas no sabían leer ni escribir. Y en su Diccionario
Filosófico, añade: “Los poemas de Homero, durante
mucho tiempo, fueron tan poco conocidos, que Pisístrato fue el
primero que los puso en orden y los hizo copiar en Atenas, unos
quinientos años antes de la era vulgar”.
Para
un buen lector, el libro es su “Casa Mental”. Siempre está
expuesto al placer que se saca de su lectura. Desde su Torre, Don
Francisco de Quevedo decía: “Retirado en la paz de estos
desiertos, / con pocos pero doctos libros juntos, / vivo en
conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los
muertos”. De ahí que un buen libro es un paisaje que se sueña
y que al soñarse, es un escenario de lo maravilloso. Así, tenemos
referencia del Quijote, cuyo autor jamás pensó en
tener un taller literario ni cosa parecida.
Decía
Mallarmé que el mundo existe para llegar a un libro. Borges añade
una cita de Homero al convocar a los dioses y decir que tejen de
desdichas al mundo para que la posteridad tenga algo que cantar. La
cita es muy a propósito porque, pienso, habría que tener en cuenta
un tercer elemento: el fuego. Ya que sin él no hubiera existido la
quema de la Biblioteca de Alejandría y Prometeo no se lo habría
robado a los dioses. Pero yo tengo la duda de si estuvo primero la
imaginación en el hombre o el fuego. Porque el fuego, digo, antecede
a toda composición literaria y templa el hechizo de la imaginación.
Por eso van unidos en el ardor de un escrito, de un poeta o de un
escritor; también, al destino que un déspota puede dar a una
biblioteca o a una obra literaria, cuando ésta no conviene a su
credo político o religioso.
De
esta manera el libro sucede a la etapa de la leyenda oral de los
poetas áulicos, a los aedos, a los vates y a los trágicos griegos.
Hôlderlin, mucho más tarde dice que la escritura es la morada del
hombre. Y es verdad. La escritura es la dimensión espiritual más
hermosa y resplandeciente desde la antigüedad.
En
cuanto a la Feria del Libro que se desarrolla en Buenos Aires, quiero
decir que es siempre provechoso comprobar que el libro, a pesar de
los siglos, la inquisiciones y los fuegos de artificios de los
fascismos y dictaduras terrenales, sigue gozando de buena salud. Y es
de destacar, ante esto, una frase de Georges Bataille: “Lo que
enseña de tal modo el escritor auténtico –por la autenticidad de
sus escritos- es el rechazo al servilismo (y en primer lugar, el odio
a la propaganda). Por ello no se sube al remolque de la multitud y
sabe morir en la soledad.”
¿Habrá
alguna otra posibilidad que este objeto de arte hecho de papel que
convive con su hipotético lector, pueda desaparecer? Mucho se ha
especulado sobre eso ante el advenimiento del libro electrónico.
Éste es, lo aseguro, un tema para clarividentes, no para escritores;
pero el libro sigue en los estantes de la biblioteca sin desmerecer
su función a quien quiera ausentarse en la lectura. Una cosa es la
información (señores de la moda) y otra especular sobre su
desaparición, porque si está muriendo el libro, deberá estar
muriendo también el idioma y mucho me temo que la Nación.
En
cuanto al gusanillo que se come los libros… ¡Libera nos, Domine!
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