Caminar el parque Las Heras desde Coronel Díaz hasta Salguero para cruzar la calle y llegar a mi casa. La vista migra a los costados para ver los verdes apagados del césped y los árboles y las luces de las Gemelas que anuncian el helipuerto en sus terrazas. Llegar de visitar La Dama de Bollini, a la que Borges fundó como Café Literario en 1984 y le escribió: “es grato estar en esta casa, de noche, bajo los altos cielorrasos, y saber que afuera están las casas bajas que aún quedan, y los hoy ausentes conventillos y corralones y las tal vez apócrifas sombras de esta pobre mitología”. Y fue grato esta noche recorrer la producción poética de Manuel Ruano, setentista poeta de los tiempos de El Escarabajo de Oro, que asegura que el poema es “una lucha de voces que vienen alzándose desde la nada hasta el absoluto”. Y las oímos. Nos paseamos desde los clásicos españoles hasta Mallarme y Rilke. Potenciados con el adelantado pensamiento de César Vallejos, aparecieron en la memoria Severo Sarduy, Roa Bastos, Vargas Llosa, José Donoso, Carlos Fuentes, García Márquez, aunque no los haya nombrado a todos. Manuel Ruano nos llevó de la mano por “miradas que se abren y se cierran según su parpadeo rítmico” y nos situamos en tiempo de su exilio, donde abrevó, en Venezuela, en Lima (allí dirigió la revista Quevedo”) las nuevas voces de América que buscaban la poesía nueva, el lenguaje nuevo, las diferenciaciones. Las vanguardias con su promesa de infinitud. Ruano, a lo largo del febril y complejo panorama de estas vanguardias, luchó como desesperado náufrago y se aferró a cierto orden lejano. Todo esto tal vez porque una gran parte del arte de vanguardia lo llevó a la reflexión acerca de contenidos, alcances y problemas. “No por ser setentista se recala en la temática social” pareció explicar mientras hacía pie en el abanico de ofertas de esa época donde no escapó ni lo intimista, ni lo épico ni lo lírico. Y por allí navegó él. Después de cruzar el parque y disfrutar de la tibia brisa de la noche pensé que como él dice no es Poe, ni Rilke ni Baudelaire. Pero yo digo que es todos ellos y los clásicos y los modernos y vanguardistas y todos los que leyó alguna vez, sumados a la patria sangrante, al exilio, al amor, al desamor y a todo aquello que haya colaborado para conformar su identidad. Y me quedé con sed de sus lecturas.
sábado, 5 de junio de 2010
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