y sobre quien escribiste la historia de Marie Roget.
(La Noche, que es mi amiga, me lo dice.)
También fuiste el niño abandonado a obscuras en el escenario de un
/ teatro pobre,
cuando tus padres entraron en la sombra.
(La Luna, que es soñadora, me lo dice.)
Y la noche y tú me mostraron, Edgar Allan Poe,
ante los ojos de Palas Atenea con su eternidad de muerte, mirándote
/ fijo.
Con el público delante, mirándote fijo, y suspirando por aquellos versos
/ soñadores.
Y yo repetía, nevermore, nevermore...
Viniste de los sepulcros, bien lo sé, porque el canto viene desde muy
/ lejos.
Como un narcótico difícil de precisar.
Luminoso fuiste por lo ausente, cuando tus párpados se reclinaban
por los pasadizos secretos de la memoria, como una cortina al revés.
Te consagraste, como artillero sin obús en la batalla de la resignación.
Y fuiste jugador de mala muerte de una baraja absurda,
que se cae de ebria en la mesa de los orgullosos.
La Noche (que es mi amiga) me dice haberte escuchado en una sala de
/ Baltimore,
como preludio de la Calle Morgue. ¿Lo recuerdas?
Había un fondo musical en todo eso, como de pabellón en el que se
/ estudian los desahuciados en el suspiro final...
Y yo repitiendo, nevermore, nevermore...
Quedaste así para siempre, como un espectro que va y viene por las
/ calles del mundo, tropezándote con todos.
/ desesperanza!
Cuando te veo pasar tan triste y enfundado en tus pensamientos,
/ te grito:
-¡Señor Poe!...¡Señor Poe!... Soy yo, su amigo, el cuervo.
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