miércoles, 2 de diciembre de 2009

THOMAS GRIFFITHS WAINENWRIGTH


Las ancianas y la turba de lectores de
periódicos se satisfacen con cualquier cosa,
con tal que sea bastante sangrienta.
Thomas de Quincey

Un envenenador es una especie rara de ingeniero de almas,
que acorta el camino de los sueños como si fueran cables de
/ alta tensión.
(En el buen sentido de la palabra, el envenenador ama el
/ verbo llorar.)
Traza vías rápidas para alcanzar el dominio de los dioses.
A lo menos, es un apreciable conocedor de la gama de
/ azules índigos,
que asume un papel de sacerdote bonachón y alegre,
para los líquidos compuestos del mal, en un jardín inesperado
/ de angelotes dormidos.
El envenenador no cuenta sus pasiones. Tampoco elige
/ el arrepentimiento.
Sabe maniatar la desidia con la paciencia de un oficiante
/ secreto.
Es buena condición para él saber escribir una carta de cortesía
que no llegará nunca al domicilio correcto.
(Según deja entrever Oscar Wilde de su pluma.)
¡Son tan bellas las variedades de cristalitos de nuez vómica
/ india!
Cuando se escribe sobre el veneno -las infinitas variedades
/ de veneno-,
entre la miserabilidad humana y sus encendidas pasiones,
que a veces resultan repugnantes,
no queda otra cosa más adecuada que destilar las
/ argumentaciones
como líquidos entintados y dañinos en frasquitos de la noche.
Jamás dejará huellas del triunfo antes de que lo invada
/ el llanto y lo arruine todo
(en el mejor sentido de la palabra, claro está),
que contenga el verbo llorar como una bandera flameante...


(De Los Cantos del Gran ensalmador, Monte Ávila Editores,
Caracas, Venezuela, 2005)

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