miércoles, 4 de febrero de 2009






(FOJA DE CONTENTAMIENTOS PARA DAR INICIO)


"Bueno es recordar las palabras
viejas que han de volver a sonar."
Antonio Machado

Nací hace milenios en una ciudad amurallada
donde golpean las aguas de la corrupción.
(Cualquier referencia a la memoria se hace oscura).

Fui tu amanuence y te canté, dios de los Sueños,
como canté a las galería que no iban a ninguna
/parte.

Te recuerdo bien en esos templos de piedra.
En las paredes había una lagartija para los días
/nublados,
y un escarabajo para los días limpios.
También había flores que parecían soles arrancados
/del cielo azul.
De ahí mi gusto por dar a lo viejo lengua nueva;
y a lo nuevo lengua vieja, como dicen que ha sido alguna
/vez.

Trabajé duro, e hice versos que aún perduran.
Por eso, mi pensamiento está hecho de complicadas
/irradiaciones que resisten todavía.

Nací hace milenios (bien lo sé) en una ciudad
/amurallada, donde golpean las aguas de la corrupción,
y estoy seguro que no he de morir jamás.




“El poema, lo que se llama un poema,
no tiene libro.
Está más allá del libro...”



“Cada vez que despertaba,
empezaba a soñar...


“Los grandes poemas están siempre esperando
al fondo del abismo.
El abismo y sólo el abismo, es la medida de lo que
se puede perder de la dimensión de las cosas,
y de lo que se puede ganar con lo perdido,
en aquella dimensión de las cosas...”





HISTORIA DE ESAS TÍAS

Yo tenía una tía rica que de tanto en tanto enviudaba.
Y una tía pobre, que por nada perdía las esperanzas,
así como perdía a sus gatos y lavaba ropa en los sueños...
A la tía rica le encantaba coleccionar brazaletes,
guantes de extrañas sedas y maridos de trapo que se
desvanecían en el aire con la primera luz del amanecer...

A la tía pobre, había que darle jarabes y dulces raros
para revivirla del aburrimiento. Cada temporada,
le daba por hablar con los retratos de los ausentes,
bailar con sus recuerdos en un dormitorio vacío,
pero repleto de fantasmas, y coleccionar revistas
de modas, maniquíes y encajes solemnes...
A ella, es claro, le gustaban las historias de vampiros
y de mujeres violadas por salvajes inexistentes.
Le atraían, además, las películas idílicas y se perdía
de amor detrás de la ventana en noches de luna llena,
escribiendo más tarde cartas que se extraviaban
como un sueño.

¿Adónde iría a parar todo eso?

A la tía rica no le sucedían esas cosas: ella se
devoraba a los vampiros...








SI UN CUERPO AMADO, AMADO ES


Si un cuerpo amado, amado es,
más allá de toda ausencia,
bien está que sus pechos se despojen
de su corpiño celestial como del pecado;
bien está que sus nalgas aprendan a ser libres
/ya para siempre, y se desprendan de toda serenidad.
Allí encontrará su destino
como una flor en el desierto.
Y bien está que sus cabellos caigan milagrosos,
como una cascada repentina sobre la almohada,
para que piadoso se redima
en el archipiélago de la noche.

O mejor aún,
que el cuerpo amado, amado sea,
como el campo sin Señor ni Rey
en el que hay que jugarse el honor;
como Palas Atenea en la contienda de Aquiles,
o la partitura silenciosa del adiós.
Allí donde los ángeles beben su vino azul.

O mejor todavía,
que el cuerpo amado, amado sea,
más allá de toda ausencia,
en el jolgorio de la piel
con sus nibelungos fatales,
y sin otra historia que los envenenamientos
/sutiles.

Es decir,
como si fuera su filmación incomparable.
Bien está que el cuerpo se solace
como un fabuloso animal a lo largo de la sábana,
en los juegos terrenales del amor.
Auspiciado sea el aliento
donde los labios son puertos desamparados,
llenos de gaviotas
que una vez más se consumen en el retorno.
Porque si un cuerpo amado, amado es,
más allá de toda ausencia,
bien está que sólo se oiga tu canto, Hypnos,
como un resplandor detrás del postigo
/entrecerrado,
que despierta a la gallina de los huevos de oro.
¿Qué fundidor de metales oirá tu canto?

Bien está que los cuerpos sean caballos contrariados
que se relamen en sus floraciones
y en sus honduras,
que se reflejen como estampas vivas
en un espejo antiguo de imaginero medieval.
Como congrios, como perlas descubiertas.
Así soplan los vientos de tu canto.

O en el mejor de los casos,
un cuerpo amado, amado es,
como un barco que naufraga en la Bahía Perdida,
cargado de frutos de presencias nocturnas
/de un árbol siempre verde.

Porque ese cuerpo se redime en su respiración
/de toda culpa.
Tal como pregonan las bocas de la impetuosidad.

(De Hypnos, Gabrielle editores, Lima, Perú, 1995)

NI ANACREONTE, NI EQUEPOLO, NI TIRESIAS

Ni Anacreonte, ni Equepolo, ni Tiresias,
más bien serás salmista en Tirinto,
viejo buscador de lunas mercuriales
que sueña en la Argólida con dulces melodías.
También serás amante de bellas odaliscas,
en coloridas tiendas del Sahara;
y recitador de ensalmos del Califa.
Pero a la vuelta del siglo,
(cuando el demonio de la corrupción
haga sonar su sonajero tecnológico)
ya sabrás dirigir tus ensueños
tanto como tu digestión...
Nadie cambiará el rumbo de tus dioses.
Que sean de granito las paredes de tu templo,
Horrísono mañana, no te pierdas en el martirio.
Sabio es aquél que ayuna en la abundancia.
Ni Ptolomeo, ni Aquiles, ni Hiperión,
podrán justificarte cuando seas polvo.
Ni sabrán si fuiste cantor o cartógrafo,
de Tracia, de Tirreno, de Mileto.
Desgraciado de ti que por monedas,
adivinabas oráculos en Delfos.
¡Ah, impostor, oráculos en Delfos!

(De Hypnos, Gabrielle editores, Lima, Perú, 1995)







QUEDABA ENSEGUIDA TRASTORNADA POR LA LUNA

En definitiva: yo tuve una novia alta,muy alta, como una escalera, que perdía su cabeza en las nubes.
Me escabullía en sus enormes pechos como un niño hambriento para beber de su leche celestial.
Ella asomaba la cabeza de tanto en tanto, por detrás de las nubes, para ver si su criatura era feliz. Y sonreía como una muñeca soñadora.
Siempre resplandecía en su perfume y tenía una corona de jazmines en la frente y un vestido acampanado de primavera.
Adoraba los tilos y las madréporas. Y se enamoraba locamente de los álamos, hasta que se espolvoreaba de cereales y dátiles, como una diosa griega, como quien obsequia flores.
Pero, milagrosamente, siempre bajaba a tierra; aunque quedaba enseguida trastornada por la luna...
En una palabra: así como otros se anuncian al mundo y traen bajo el brazo una pluma de cigüeña, yo traje mi pluma cucharita. Ella, tempranamente (cuando era mudo), servía para escribir largos preludios.
De ahí en adelante, su empleo fue un verdadero rito. Su eficacia era más aguda que un lápiz y nunca faltó un momento para la ensoñación. Las cartas de amor no eran “cartas de amor”, sino iban escritas en pluma cucharita. Y la poesía se embriagaba de lirismo, cuando las palabras estaban empapadas de la tinta desvelada que provenía de la noche más oscura.
Sin embargo, la pluma cucharita tiene sus pecados de escolaridad, si se quiere, se acomoda al alma para quien la conduce en largos ríos de tinta...
En resumidas cuentas, he aquí algunos de esos pecados y virtudes:

1º Cuando se clava en el papel, eso es señal de la primera mancha de tinta.
Entonces la tiza o el papel secante es el mejor aliado para el desastre.


2º Cuando la pluma se hace una equis en la punta, no hay nada que hacerle. Seguramente el lapicero enviudará de ella hasta que otra nueva la reemplace.

3º Cuando la tinta está muy aguada, la pluma se atonta. Da malos pasos. De aquí que sea mejor mirar con los párpados cerrados; porque en adelante, la pluma sueña con pestañas de insomnio.

4º Pero cuando la pluma está recargada de emociones, claro está, el tintero casi siempre estará seco como un pozo en el desierto sin agua... Y una novia, lo que se dice una novia, es como una pluma cucharita, de aquí a la eternidad. Por eso, mi novia sigue en la luna y yo escribiéndole poemas con una pluma cucharita.




ALGUIEN SUEÑA CON LAS AGUAS DE UN RÍO


Alguien sueña con las aguas de un río,
que lava las piedras de tu pensamiento.

Alguien sueña con el vino dulce,
con la mujer insaciables, con el verso templado.

Alguien sueña que está soñando con el perfume
de las flores nacidas de unas pocas palabras.

Alguien desarma un sueño como el juguete
/de un niño.
No estaría mal que tú, pintor de la mente,
te apiades de tus sueños.

A las palabras se las lleva el viento;
¿pero qué hay más allá de las palabras?

(De Hypnos, Gabrielle editores, Lima, Perú, 1995)





LA TINTA CON SANGRE ENTRA

"Es mejor ser llevado a la academia porque
uno disfruta la poesía a suponer que se goza la poesía
sólo porque ya se tienen grados académicos."

T.S.Eliot

Las palabras no llegan solas. Ellas se van forjando en uno y se van puliendo con la existencia. Se es anacoreta y herrero que martilla el metal al rojo vivo, al mismo tiempo, al calibrarlas. Podría decir, que antes de los veinte años jugué con la poesía; pero a los cuarenta, viví plenamente la poesía. Sin embargo, a los cincuenta puede decirse que se comprende el sufrimiento que hay en la poesía. Más allá, está la nostalgia, el sueño, el amor por la poesía. Frente a la muerte se comprende, recién, toda la dimensión trágica que queda de la poesía...


He gozado al mirar desde un mirador retrospectivo (lo que nadie podría hacer por mí), al ser observador y testigo de lo que digo. Como alguna vez recordé, desempeñé desde los trece años diversos oficios que hoy considero asombrosos y de alguna manera necesarios en la vida de un poeta. Porque la empírica tarea de escribir, fue durante mi primer oficio como aprendiz de imprenta en los talleres Emmerich de Buenos Aires. Allí, hacía de todo, a partir de las cinco de la madrugada, cuando otros chicos dormían. Soportaba el frío y otras penurias al mezclar los potes de pintura para alimentar aquellas máquinas de sobrepujado, hasta limpiar con un formón, después, los cuños impresores. Desde secar los pliegos de cartulina y distribuirlos en enormes bastidores de madera que se iban apilando, uno sobre otro, hasta barrer cotidianamente todo el taller; desde cambiar los rodillos de papel de las máquinas timbradoras, hasta limpiar con estopa y querosén cada uno de los rodillos de impresión. De manera que ese oficio diario, se había incorporado en mí, estigmatizado en mí, y creo que el desahogo venía después, cuando salía de aquella atmósfera para ir a mis clases de bachillerato nocturno. Y hasta tuve un accidente de trabajo que, no sé si por distracción o que otra fatalidad, mis dedos índice y medio de la mano derecha, quedaron atrapados en aquella máquina alemana. Y eso, pienso, me marcó para siempre en la rutina de la escritura de imprenta en todas sus perspectivas, ya que mi sangre rodaba por los rodillos y mi dolor estaba humedeciendo los papeles impresos que yo no podía controlar. Porque en aquellos instantes de soledad, en los que lograba extraerme del mundo y su monotonía, yo escribía, aquí y allá, estoy seguro, en pedazos de papel que luego, una vez libre del trabajo, recomponía en soledad. Esa soledad que iba trazando mis sueños como un caleidoscopio que se va perdiendo a medida que el tiempo transcurre como si fuera aquel inolvidable reloj de pared (que movía su péndulo) en todo lo alto del taller, bajo la mirada de reojo de los obreros y los patronos del local. Así escribí muchos de aquellos poemas perdidos ya para siempre. Con esa sensación de niño angustiado en su delicioso pecado de escribir y soñar a un tiempo, mientras estaba descifrando el duro contacto con el mundo que aparecía ante sus ojos.

Para mí, lo sé, las palabras tenían el irresistible aroma de una fruta que debía guardar e incorporar en mí, como un objeto precioso de la existencia. De aquel aprendizaje puedo extraer, al menos, una enseñanza: que la letra con sangre entra.

Retomando entonces ese criterio, podría afirmar que desde mis primeros años, fui un solitario sublime, es decir, que nunca, y menos hoy, renegué de mi individualidad. Y por ese atajo por el que me empecinaba, iba mi conciencia crítica, tanto de la literatura como de la vida en general. Habría que añadir que este hecho, hasta el día de hoy, no ha dejado de propinarme situaciones conflictivas y encrucijadas temibles, a lo largo de ese espectro que lisa y llanamente, podría llamarse “vida literaria”. En dos palabras: siempre estuve lejos de pertenecer a un clan o a una moda de “mensajeros de la palabra poética”. Es más, mi escritura nació de mi intimidad, gracias a una prima y a un grupo de sus compañeras de clase, que le dieron algunos de mis poemas a una profesora, para que finalmente fueran a dar a una emisora de radio, cuyo portal era algo así como “la hora del poeta” y que algunos años más tarde, un profesor de castellano y literatura de la Escuela nocturna en la que estudiaba , cayera en la tentación (sin que yo lo supiese) de entregar un escrito mío a un concurso literario del que para mi sorpresa resultara ganador.

Con esos antecedentes, me fui creando un prontuario y, necesariamente, tuve que ir publicando, bajo mi responsabilidad, mis primeros pecados literarios. Y comencé a enviar poemas como mariposas al viento. De modo que tengo la conciencia de haber creado mi propia primavera del Canto,al estilo poundiano, así como también, cuando las circunstancias lo requerían, su propio invernadero.

Hasta que un día, se cumplió un anhelo secretamente guardado, el de pertenecer al equipo de redacción de la revista literaria (mayormente de narrativa) llamada El escarabajo de oro, gracias a una invitación del poeta Victor García Robles. Fue a raíz de haber obtenido el Primer Premio de Poesía de la revista “Microcrítica”, cuando tímidamente me acerqué a sus tertulias de los viernes a las diez de la noche en el Café Tortoni en el que empecé a codearme con aquellos “monstruos sagrado
s de la literatura joven que yo admiraba y a participar con mis poemas y comentarios de libros de poesía. Recuerdo que mi primer poema, apareció con el siguiente lema: “El poeta Manuel Ruano tiene 22 años. Vino premiado. Es nuestra última adquisición. Obtuvo el Primer Premio de Poesía de la revista “Microcrítica”, entre más de 650 participantes...” En aquellas memorables reuniones había de todo: invitados célebres, curiosos, chicas hermosas, parlanchines, artistas, intelectuales del más colorido plumaje, etcétera,etc. Y ahí empecé a disfrutar de la bohemia nocturna de Buenos Aires y a conocer a muchos poetas. Entre ellos al poeta dominicano Manuel del Cabral, que me definió así: “Poeta auténtico Manuel Ruano, por su yo no bautizado...”

Por esa época, la revista española “Aldonza”, de Alcalá de Henares, exaltaba un poema mío “Rebelión por amor en la oficina”. Y años más tarde, al ir a España, vine a conocer al autor de aquella nota: el poeta andaluz Manuel Ríos Ruíz, director más tarde de la Estafeta Literaria de Madrid.




ELLA NADA SABE DE LOS DIOSES, PERO SU NOMBRE

Ella nada sabe de los dioses, pero su nombre
/más que un nombre,
es un paisaje largamente soñado
y vuelto a soñar,
en el que se reencuentran las corrientes
/tumultuosas.

Ella nada sabe de los dioses.
Pero ella es como una rajadura planetaria
que deja ver la Nueva Ruta al Esplendor,
el estallido sulfuroso de una pesadilla
que se viste de aurora boreal,
e ilumina su cuerpo, todo su cuerpo,
como si fuera un palafito al que llegan las aves
/cansadas.
Una transmigración de las almas
en su rama florida.

Ella nada sabe de los dioses, pero su nombre
es un arrecife coralino a un tempo salado
/como el mar
y a un tiempo dulce como una colmena silvestre
que deja su rastro bajo el sol.

Ella nada sabe de los dioses. Nada de los caminos
/equivocados.
Su nombre sabe más por la turbulencia
de otras voces que del eclipse zodiacal
/de las edades.

De esta manera trabaja el viento
en el arenal del olvido,
y el agua llega a ser el espejo de la tierra,
donde suele nadar desnudo el resplandor sagrado.

Ella nada sabe de los dioses.
Pero allí se anudan nuestras fuerzas
como un rito secreto.
Allí el sol dobla las palmeras y la sombra
se deja arrastrar como una garganta sedienta,
taraceada de cuarzos y memorias vegetales.
Y su nombre,
más que una apretada red de manglares,
es un jadeo de flores nocturnas que copulan
/en soledad.

Ella nada sabe de los dioses, pero su nombre
/más que un nombre,

es una impresión lunar que atraviesa la noche
como un ángel tímido.


( De Hypnos, Gabrielle editores, Lima, Perú, 1995)



En los días que corren de febrero del año 2009