Como en un tenebroso cuento de Poe
Guardo un
especial cariño por este poeta peruano que obtuvo dos veces el Premio Nacional
de Literatura. Lo conocí en el año 1972, cuando estuve por primera vez en Lima,
procedente de Santiago de Chile, durante el gobierno de Salvador Allende. Fue
en el Instituto Nacional de Cultura, frente a la Iglesia de San Francisco. Era
la época del General Velasco Alvarado, un militar de raíces nacionalistas que
reunía la atención periodística del momento. Yo estaba preparando una antología
viva de la poesía latinoamericana y me planteaba muchos interrogantes de tipo
estético literarios. Trataba de reunir las experiencias de los grupos poéticos
y sus intencionalidades estéticas. Y para eso, me reuní con poetas de la
generación del cincuenta, sesenta y setenta, que eran los que entonces tenía a
mi alcance. Así, conocí a Francisco Bendezú, Washington Delgado, Carlos Germán
Belli, entre otros… Y entre los de la generación del sesenta, a César Calvo y
Antonio Cisneros, que eran los que mejor representaban a la poesía del momento.
De la generación posterior, todavía estaba por verse; aunque sonaban ya algunos
nombres… Recuerdo que en esos días, un terremoto había sacudido la capital.
Para mí fue una experiencia estremecedora, ya que nunca había presenciado un
cataclismo de esos. Derrumbes, cables sueltos, gente atolondrada por el
espectáculo que daba la ciudad y un espectro político que despertaba
expectativas. En realidad, Bendezú, fue mi sincero amigo. Tan espontáneamente
sincero que me obsequió dos de sus libros, Los años (1961) y Cantos (1971), y
la más bella historia de amor hacia una compatriota que residía en Rosario,
Argentina, otra a la que nunca conocí. De allí que sólo la recuerdo por su
historia oral tantas veces repetida por el poeta. Y otra de sus pasiones fue el
alcohol, porque lo trasladaba, creo, a vencer las distancias y a expresar sus
obsesiones poéticas, de suerte que cada vez que me confiaba sus historias, al
rato debía ser rescatado por algún otro poeta que ya sabía de antemano de las
debilidades etílicas de nuestro poeta.
Por aquel
entonces yo llevaba en mi haber poético, dos libros publicados en editorial
Losada: Los gestos interiores (1969) y Según las reglas (1972). Libros que
fueron celebrados por el poeta que, también, era un catedrático eminente de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos y uno de los exponentes más serios de la Lengua
castellana en el Perú. Estar en su compañía reconfortaba mi espíritu por su
calidez humana y su modesto comportamiento, libre de cualquier desmesura
intelectual… Una anécdota que ahora recuerdo como simpática, fue la de haber
estado hablando de literatura en un restaurante desde las diez de la mañana
hasta las diez de la noche. Todo un acontecimiento coronado por una recitación
del poeta en una de las mesas del establecimiento. Además de conocer desde su
experiencia, algunas pintorescas anécdotas con personajes que él había conocido
en Italia y España, países en los que había estado en años anteriores. Esa, lo
sé, fue una noche con reminiscencias de jazz (que él admiraba) y poesía de
raigambre vallejiana y, por supuesto, propia. Y el poema a Mercedes, su amor,
imposible y perpetuo que comienza diciendo:
Yo soy el
granizo
Que entra
aullando
por tu pecho
desquiciado.
Soy tu boca.
Yo atesoré a
ras del sueño,
Debajo de las
horas,
El latido de
tus pasos por el polvo de Santiago,
Y tu densa
fragancia de magnolia,
Y tu lenta
cabellera
Con perfil de
éxtasis o algas,
Y el ardor
fulmíneo de tus ojos, que de noche,
Como naves
sobre el mar,
La bruma
iluminaban.
Como guijarros
de playa,
O
nostálgicos boletos entre cintas y
violetas olvidados,
Enterré en mi
corazón la línea de tu frente,
La piedra
gastada de tus codos, tus sílabas nocturnas,
El fulgor de
tus uñas, tus sonrisas,
La loca luz de
tus sienes.
¿No sientes
trasminar mi dolor a través de tu cuchara?
Mi memoria
quedó tal vez en ti
Como las
ediciones vespertinas
En las bancas
de los parques desahuciadas.
Por aquella
época yo transmigraba en peregrinaciones callejeras y mundanas buscando el
poema raro y los poetas de lenguaje más raro aún para mi proyecto Poesía
nueva latinoamericana, libro que
apareció recién en 1981, precisamente en el Perú y en las prensas de una
editorial que era propiedad de un grande de la cultura peruana, José Carlos
Mariátegui, de la Minerva Librería editorial Miraflores, bajo el sello El
gallinazo, inventado por mí. Y este gran poeta, era un compañero de viaje que
atemperaba con beneplácito y profundo sigilo, una empresa poética de semejante
criterio y carismático destino. Digo
esto porque recorrió meridianos insólitos de geografía iberoamericana y
congregó a buena parte de comensales líricos y dramáticos críticos del
continente. No obstante sus recorridos e interminables conferencias por otros
países andinos, seguí volviendo al Perú durante muchos años; pero ese
itinerario hubo de detenerse en 1995, después de la aparición de mi libro Hypnos,
que fuera publicado en el Perú bajo el sello editorial de Gabrielle editores.
De ese libro, precisamente, el poeta Francisco Bendezú, dijo: “Hypnos es un
libro deslumbrador, un lujo del idioma en estos tiempos... Me lo leí de punta a
punta. Y me llamó la atención, como es natural, la sutileza y el adensamiento
de las calidades de ese lenguaje rítmico, que insinúa una estructura del contraste,
con extrañas alianzas semánticas y verbales, en virtud, creo yo, de una
alquímica de la lucidez...”
Pero este poeta
vivía olvidado, casi, en su propio país. Era un lector devorador de libros y de
recuerdos que brillaban en su fantástica memoria. Recuerdo que vivía en un
barrio limeño llamado La Marina. Y enterado por otros amigos que estaba pasando
por una mala racha de salud, me acerqué a su casa en la que convivía con un
hermano suyo. Ya vienen a mi mente otros versos que continúan el Canto a Mercedes:
Tu sombra es mi
tintero.
Juventud.
¡Juventud mía!
¿Qué tumbos
socavaron
La torre más
alta de mi vida?
¡No habrá nunca
Hilo más puro
Que tu larga
mirada
Desde lo alto
de las escaleras,
Ni lampo de
cometa comparable
A la curva
nevada de tus dientes!
Cantaba la
mañana
En las pálidas
cortinas y la hierba.
El tiempo
cintilaba en tus vidrieras
Como sólo una
vez el tiempo parpadea.
Ya no estás
entre las flores. Ni volverás
Jamás a
estarlo. ¿Qué tu amor sino labios
Que escrituras
en el viento fueron?
¡Yo quiero que
me digan
Si el amor,
como los pájaros,
Se va a morir
al cielo!
Me acuerdo de
una noche de trenzas y peldaños,
Y óxido y
collares,
Me acuerdo,
como ayer, de lo futuro.
¡Quiero acuñar
como el otoño,
Medallas en las
calles,
O beberme
llorando tu ausencia en los teléfonos,
O correr,
correr a ciegas por
Los tejados de
todas las ciudades
Hasta perderme
para siempre o encontrarte!
Fue grata
aquella visita; pero demasiado lúgubre y desteñida. Me recibió su hermano y
luego el reencuentro en una habitación semi oscurecida en la que me apoltrono frente a un ventanal que da a la calle. Paco Bendezú se
sienta en diagonal mío en un sofá de
estilo dieciochesco y me extiende una bebida con la que brindamos. Le noto muy
cansado y encanecido. Vuelven los recuerdos y aparece su hermano que oficia de
servidor. Me pregunto por qué esa
penumbra. Las palabras se abren como flores de un jardín sonoro. Van surgiendo
los inevitables registros de poetas: César Vallejo, Pablo Neruda, Ezra Pound,
García Lorca… Yo veo al trasluz un movimiento extraño y trato de fijar mi
atención visual… En el respaldo del sofá se mueven unas pequeñas criaturas con
gran vertiginosidad… Distingo unos diminutos ratoncillos que salen disparados
hacia la oscuridad. La voz del poeta, en tanto, pasa a segundo espacio, como si
fuera la voz de un poema de Edgar Allan Poe… Y en vez de un cuervo, el que
recita, es un ratón… No digo, prudentemente, absolutamente nada. Y es entonces
cuando el poeta me ofrece otra bebida. Yo pienso en un cuervo que dice:
¡Nevermore! ¡Nevermore! La oscuridad me
lleva a preguntar por aquel amor con una argentina de la que no tuvo más
noticias…
¡Otra vuelta
estar contigo!
¡Oh día de
verano
Extraviado en
alta mar
Como una
mariposa!
Contra el flujo
incoercible de los años
Los días, uno a
uno,
Absurdamente
buscan tu lámpara en las sombras,
No la penumbra,
no el espejo de la muerte.
Sino el cristal
de la esperanza:
Tu ventana que
sólo está en la Tierra.
¡Asperciones de
ceniza para tu boca cerrada!
Otra vez tengo
veinte años, y sonámbulo, y en llanto
A la puerta de
tu casa estoy llamando,
Al pie de tu
reja, como antaño,
Bajo la lluvia
sin telón ni máscaras ni agua.
¡Oh zumbantes
calendarios
Que en vano el
cierzo,
Como a encinas,
Deshojara!
¡No me digas
que te quise! Te quiero.
Te debía este
lamento, y aunque un grito
Mi sangre
apenas sea,
También te lo
debía: un solo interminable
De un corazón
en las tinieblas.
De aquel último
y sentido encuentro, pasaron varios años. Entramos en otro siglo. La frente de
aquella casa y sus habitantes quedaron en la memoria y la voz del poeta cobra
una dimensión inaudita. Me entero por una información periodística que el poeta
muere de cáncer y posterior ataque cardíaco un 16 de abril del año 2004. Yo
estaba en Venezuela. La poesía seguía habitando aquella memoria que se había
apagado como una vela en un cuento de Poe.
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