UN ARTE MUY ANTIGUO O ELOGIO DEL LANCE
Desde la escuela primaria adoraba las historias de duelos entre caballeros. No fueron pocos los libros que leí sobre el tema.
Una concentrada tradición española enfunda dramáticos lances en su literatura que admirarían a un soñador como era yo, cuando vivía obsesionado por ser un espadachín de la corte o un escritor a lo Garcilaso de la Vega, trepándome a los muros de un soñado castillo del siglo XVI, o reviviendo las hazañas de Quevedo en un callejón madrileño, entre sombras, bodegones y espadachines de rostro oculto en un cruce a muerte. Sí, el duelo es más que un acontecimiento para “lavar el honor de una persona”. Porque el honor… ¿Qué significa el honor? Me gusta más la palabra dignidad, que es la que le enseñan a uno a hacerla respetar desde que toma conciencia en este mundo transitorio y desmesurado en el que la injusticia es el plato diario que de vez en cuando a uno le arrojan a la cara. Por eso el duelo es algo íntimo que no va aparejado a una clase social, a un deber político o un acontecimiento patriótico a algo así; aunque podría ser algo, casualmente, inherente a ellos. Un duelo, es una elección perfectamente entendible. Es una ecuación personalizada que declara a viva voz la existencia y, también, lo que podría conjeturarse como un grito descarnado de la existencia. Antecedentes a esto que digo, hay muchos. Por ejemplo, la muerte por la conquista de una mujer, como la ocurrida en el Méjico colonial al poeta sevillano Gutierre de Cetina.
En Buenos Aires está el duelo a cuchillo que tanto admiraba el viejo Borges. Los cuchilleros de antaño son como el que describe en su Milonga de Jacinto Chiclana. Sospecho que lo que estoy queriendo decir es que la muerte, no vale o no tiene, en realidad, el peso específico y la dimensión de un poema, cuando ese poema se traduce en sangre, en valentía o en proyección espacial de un acto que podríamos llamar heroico.
En Argentina, son incontables los duelos de todo tipo realizados por personajes reconocidos o anónimos. Uno peculiar, según cuentan los allegados al caso, fue el duelo entre dos parlamentarios: Lisandro de la Torre y el que más tarde fuera presidente de la nación, don Hipólito Irigoyen. Y también un nieto del creador del himno nacional, Vicente López y Planes, don V. López con un general llamado P. Sarmiento, que al parecer, nada tendría que ver con el que fuera presidente de la Nación, Domingo Faustino Sarmiento. Y, entre otros tantos, el protagonizado por el senador socialista Alfredo Palacios, más de una vez por algún pleito político.
Vale decir, que el duelo es un acontecimiento individual, llevado a cabo por dos soledades agraviadas que desean una compensación a su dignidad ofendida.
El mismísimo creador del socialismo científico, Carlos Marx, fue duelista y perpetrador de ese antiquísimo lance entre caballeros. Se dice que muchas guerras han sido detenidas gracias a un duelo oportuno entre dos rivales líderes de los ejércitos en pugna. Así se cuenta sobre el lance entre Héctor y Aquiles durante el imperio griego. Yo creo que muchos resentimientos se resolverían si dos soledades indignadas resuelven sus diferencias entre sus padrinos.
Dice Borges en Milonga para Jacinto Chiclana:
Me acuerdo. Fue en Balvanera,
En una noche lejana
Que alguien dejó caer el nombre
De un tal Jacinto Chiclana.
Alguien se dijo también
De una esquina y de un cuchillo;
Los años nos dejan ver
El entrevero y el brillo.
Quién sabe por qué razón
Me anda buscando ese nombre;
Me gustaría saber
Cómo habrá sido aquel hombre.
Alto lo veo y cabal,
Con el alma comedida,
Capaz de no alzar la voz
Y de jugarse la vida.
Nadie con paso más firme
Habrá pisado la tierra:
Nadie habrá habido como él
En el amor y en la guerra.
Sobre la huerta y el patio
Las torres de Balvanera
Y aquella muerte casual
En una esquina cualquiera.
No veo los rasgos. Veo,
Bajo el farol amarillo,
El choque de hombres o sombras
Y esa víbora, el cuchillo.
Acaso en aquel momento
En que le entraba la herida,
Pensó que a un varón le cuadra
No demorar la partida.
Sólo Dios puede saber
La laya fiel de aquel hombre;
Señores, yo estoy cantando
Lo que se cifra en el nombre.
Entre las cosas hay una
De la que no se arrepiente
Nadie en la tierra. Esa cosa
Es haber sido valiente.
Siempre el coraje es mejor,
La esperanza nunca es vana;
Vaya pues esta milonga
Para Jacinto Chiclana.
En la historia de la literatura hay muchísimos casos de duelo entre dos caballeros. Recordemos en don Quijote de la Mancha, de Cervantes, el duelo entre el caballero de la Medialuna y don Quijote. En Shakespeare, por ejemplo, el encuentro entre Hamlet y Laertes, en el que Hamlet es herido de muerte ante la mirada de todo el reino. Y ni hablar de la literatura gauchesca donde abundan los encuentros a cuchillo pelado.
Un famoso libro escrito en 1900 por el español Marqués de Cabriñana, Código del honor en España, es una especie de vademécum de los lances entre caballeros, donde se dispone de una serie ordenada de lo que son y representan las ofensas inferidas a un sujeto y los privilegios con los que cuenta el ofendido. El uso del florete, del sable o de la pistola y sus reglamentos. También, el libro contempla la utilidad de los padrinos y el lugar escogido para efectuar el duelo en el artículo 54, dice: “El caballero que recibe una ofensa leve debe pedir inmediatamente, y en términos corteses, explicaciones de la misma; y si éstas fueran satisfactorias o se le negase lealmente la intención de ofenderle o molestarle, debe darse desde luego por satisfecho sin hacer nombramiento de padrinos.” En el capítulo diez y siete, habla de los árbitros y tribunales de honor: “Se llama tribunal de honor a la reunión de personas nombradas por una de las partes para emitir su dictamen respecto a una cuestión previa de recusación, designadas por ambas para dirimir sus controversias.” El libro, abunda en detalles de la lógica del duelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario