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VISITA A PETER LORRE
Me creían asesino de niños por haber trabajado en el film de Fritz Lang, "M,el vampiro de Düsseldor". Sí, el cine crea esos estigmas que pueden enloquecer a cualquiera. El mismo periodismo me creía un psicópata.
Ya en 1934, a consecuencia de la demencial carrera hacia el poder del fascismo en Europa, trabajé para un director británico, Alfred Hitchcock, en una película que significó mucho en mi carrera: "El hombre que sabía demasiado". ¡Y otra vez el estigma de secuestrador de niños!...
A mí, después de todo, me gustaban esos papeles; aunque me mostraban como a un hombre perverso y misterioso. ¡Lo difícil, mi amigo, es el encasillamiento en tal o cual papel, en tal o cual escena tortuosa! Son gajes del oficio, lo sé, que uno va sobrellevando con toda profesionalidad. ¿Se da cuenta? Sin frivolidades. Yo nací en 1904 en Hungría. Mi verdadero nombre es Lászlo Löwenstein. Allí comencé mi vocación de actor y fui de lugar en lugar, hasta que me uní a un grupo de teatro alemán y fui amigo de Bertold Brecht. Recuerdo que en esos años convulsos y por demás difíciles, también estuve en Suiza.
En 1924, cuando sólo tenía veinte años, debuté en Austria; pero fue hacia 1931 que empecé en el cine en una película de Hanna Schwarz y Max Vacourball, "Bombas en Montecarlo", donde quedé preso del celuloide... Después vinieron "El agente secreto" (1936) y una en la que represento a un psicópata cirujano, "Mad Love" (1936) y un papel que me dejó profunda huella en el alma, el Raskolnikov de "Crimen y castigo" (1935), un personaje nihilista de Dostoyevski.
Fue hacia 1940 cuando me siento en el momento más alto de mi carrera con "El halcón Maltés"; "Casablanca" (donde traficaba pasaportes) y "Pasaje a Marsella", entre otras, conjuntamente con Humphrey Bogart. Quiero decirle que cada personaje, por duro que fuera, era una reencarnación literaria en toda su envergadura. Y muchas veces llegué a sentirme parte del libro y no al revés, en la que el libro es parte de la película. ¿Se da cuenta?
Demás está decirle que soy un campeón en eso de perder la noción de la realidad. Ahora, por ejemplo, no sé si existo porque interpreté el libro, o el libro me interpretó a mí, un actor que con el tiempo dirigió sus propias sensaciones extrapolando su propia película en Alemania en "Der Verlorene "(1951). Así que cumplí con un viejo sueño: el de ser director y actor al mismo tiempo. Esa es una ambición que más tiene que ver con la poesía y los entretelones de la técnica dinamizante de la gran obra. ¿No lo cree usted así? El polifacético John Huston (que era un provocador en esa clase de estética) pensaba en eso. ¿Y qué me dice entonces de Michael Curtis en "Casablanca"? Porque ahí sí estoy imponente.
Como le decía, he sido sospechoso de escenas tenebrosas de las que nunca participé y de escandalosas historias que la imaginación popular ha inflamado hasta lo impensable. Y sin embargo, aquí me tiene. ¡Oh ironía! Muy pocos me han relacionado con el poema "El Cuervo" de Edgar Allan Poe, película que interpreté en los años sesenta, ya casi al final de mi existencia... Sí, la vida es penosa en algunos aspectos; pero enriquecedora en otros. ¡Un trago demasiado amargo para mí, un buscador de imágenes en el desconcierto humano!... Hoy, como ve, soy esa placa: 1904-1964.
Ya en 1934, a consecuencia de la demencial carrera hacia el poder del fascismo en Europa, trabajé para un director británico, Alfred Hitchcock, en una película que significó mucho en mi carrera: "El hombre que sabía demasiado". ¡Y otra vez el estigma de secuestrador de niños!...
A mí, después de todo, me gustaban esos papeles; aunque me mostraban como a un hombre perverso y misterioso. ¡Lo difícil, mi amigo, es el encasillamiento en tal o cual papel, en tal o cual escena tortuosa! Son gajes del oficio, lo sé, que uno va sobrellevando con toda profesionalidad. ¿Se da cuenta? Sin frivolidades. Yo nací en 1904 en Hungría. Mi verdadero nombre es Lászlo Löwenstein. Allí comencé mi vocación de actor y fui de lugar en lugar, hasta que me uní a un grupo de teatro alemán y fui amigo de Bertold Brecht. Recuerdo que en esos años convulsos y por demás difíciles, también estuve en Suiza.
En 1924, cuando sólo tenía veinte años, debuté en Austria; pero fue hacia 1931 que empecé en el cine en una película de Hanna Schwarz y Max Vacourball, "Bombas en Montecarlo", donde quedé preso del celuloide... Después vinieron "El agente secreto" (1936) y una en la que represento a un psicópata cirujano, "Mad Love" (1936) y un papel que me dejó profunda huella en el alma, el Raskolnikov de "Crimen y castigo" (1935), un personaje nihilista de Dostoyevski.
Fue hacia 1940 cuando me siento en el momento más alto de mi carrera con "El halcón Maltés"; "Casablanca" (donde traficaba pasaportes) y "Pasaje a Marsella", entre otras, conjuntamente con Humphrey Bogart. Quiero decirle que cada personaje, por duro que fuera, era una reencarnación literaria en toda su envergadura. Y muchas veces llegué a sentirme parte del libro y no al revés, en la que el libro es parte de la película. ¿Se da cuenta?
Demás está decirle que soy un campeón en eso de perder la noción de la realidad. Ahora, por ejemplo, no sé si existo porque interpreté el libro, o el libro me interpretó a mí, un actor que con el tiempo dirigió sus propias sensaciones extrapolando su propia película en Alemania en "Der Verlorene "(1951). Así que cumplí con un viejo sueño: el de ser director y actor al mismo tiempo. Esa es una ambición que más tiene que ver con la poesía y los entretelones de la técnica dinamizante de la gran obra. ¿No lo cree usted así? El polifacético John Huston (que era un provocador en esa clase de estética) pensaba en eso. ¿Y qué me dice entonces de Michael Curtis en "Casablanca"? Porque ahí sí estoy imponente.
Como le decía, he sido sospechoso de escenas tenebrosas de las que nunca participé y de escandalosas historias que la imaginación popular ha inflamado hasta lo impensable. Y sin embargo, aquí me tiene. ¡Oh ironía! Muy pocos me han relacionado con el poema "El Cuervo" de Edgar Allan Poe, película que interpreté en los años sesenta, ya casi al final de mi existencia... Sí, la vida es penosa en algunos aspectos; pero enriquecedora en otros. ¡Un trago demasiado amargo para mí, un buscador de imágenes en el desconcierto humano!... Hoy, como ve, soy esa placa: 1904-1964.
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