Sobre los poemas inéditos de César Moro
publicados en la revista QUEVEDO
en 1992
en 1992
César
Moro:
DE
LA PRIMERA EDICIÓN
DE
LA REVISTA QUEVEDO
Por Manuel Ruano
En
1992, fui invitado por la Universidad de Lima al Centenario del
Natalicio de César Abraham Vallejo Mendoza. La circunstancia, me
valió la oportunidad de editar el primer número de la revista
literaria Quevedo,
gracias al aporte de muchos poetas peruanos. En aquel ejemplar (de
cuya modesta edición no puedo olvidarme), se publicaron textos
importantes para el acontecimiento que se estaba celebrando en la
ciudad de Lima. Un texto raro de César Vallejo, cuyo aporte a la
revista lo hizo el amigo poeta Ricardo Silva-Santisteban. Un texto,
cuya dimensión también sirvió para confeccionar el libro Crónicas
de poeta,
años más tarde publicados por la editorial venezolana Biblioteca
Ayacucho, en su colección La
expresión Americana, Caracas
1996. También se publicaron algunos textos de José María Eguren,
poemas de poetas jóvenes peruanos, crítica literaria y los ya
mencionados poemas de César Moro, cuyo invalorable aporte se lo debo
al poeta amigo César Calvo, que me orientó en el hallazgo que nunca
dejaré de agradecer.
Digo
estas remembranzas, porque tengo la intención de exponer aquí,
palabra por palabra, lo que escribí en aquella oportunidad al
publicar los poemas de Moro. En este texto detallo los pormenores del
descubrimiento, tal como se publicó en Quevedo
y en otras publicaciones latinoamericanas, entre ellas, el Suplemento
Cultural
del diario Últimas
Noticias
de Caracas, Venezuela.
POEMAS HALLADOS DETRÁS DE UNA PINTURA
En
cuanto a la obra del poeta peruano Alfredo Quíspez Asín (Lima
1903-1956), más conocido como César Moro y propulsor
latinoamericano del movimiento surrealista, noto se ha dicho. Es más,
a pesar de haber circulado en las últimas décadas algunas
importantes antologías (entre las cuales debe contarse la publicada
por Monte Ávila1
en el setenta y seis), muchos de sus poemas y escritos siguen
dispersos. Seguramente el poeta daba más importancia al
acontecimiento de existir que al de publicar. De ahí que uno de sus
entrañables amigos, André Coyné, autor de una de las más serias
recopilaciones del poeta y de una biografía no menos ajustada2,
afirmara en una oportunidad que para César Moro “la poesía no era
un ejercicio, literatura, menos aun una actividad como cualquier
otra, un oficio con miras al provecho o a la gloria inmediata, sino
el foco de luz y de tinieblas que irradiaba sobre todas las horas de
su vida, trastocando las apariencias y revelando un orden oculto, de
pronto claro, irrebatible”, dejando así, que tanto la escritura
como la plástica ensayaban en su intimidad un lúcido ordenamiento
de lo inhabitual, estableciendo una naturaleza interior cuyas raíces
todavía se tratan de determinar.
Moro
era un hombre taciturno que escribió más en francés que en
español; y si no fuera por algunas revistas y otras publicaciones
–como dije-, era bastante renuente a dar a conocer su producción
artística. Su “lucha era con el ángel”, podía deducirse. Y,
salvo alguna que otra exposición en Bruselas, París o Lima y
contadas ediciones de muy breve tiraje, su obra se ha ido haciendo
visible con el pasar del tiempo y la atenta labor de sus compañeros
y amigos, que en más de un caso han aportado poemas y cartas de su
epistolario personal. En síntesis, para su nomenclatura: “El arte
empieza donde termina su tranquilidad”.
Los
poemas que se adjuntan a este breve recuento de César Moro tienen
distinto origen Uno de ellos, “L´altitude”, especialmente
traducido para este trabajo por la poetisa argentina Kato Molinari,
que data del 3 de diciembre de 1934, lo hallé hace unos años con el
poeta César Calvo revisando una enmarañada correspondencia y
algunos cuadros desconocidos en la casa de uno de sus amigos (hoy
también desaparecido), circunstancia gracias a la cual se dan a
conocer estos poemas al hipotético lector. En realidad, tanto el ya
mencionado como el que comienza por el verso que dice: “Couvert de
couroise –les fleurs de Pierre”, fechado por su propia caligrafía
el sábado 19 de enero de 1935 (cuyo texto omito por ofrecer algunas
dificultades de traducción), fueron descubiertos por azar en el
reverso de sus propias pinturas. En tanto que un tercero, “¡Si no
fuera!”, escrito en homenaje al poeta mexicano Xavier Villaurrutia
(acaso uno de los personajes más estimados por Moro) está
enteramente concebido en español y, por lo que he investigado, hasta
el momento no ha sido recogido en ninguno de sus libros o antologías.
El texto vino a dar a mis manos gracias a la gentileza de la viuda
del novelista Carlos Tosi, con quien el poeta mantenía una estrecha
correspondencia y, demás está decirlo, una perdurable amistad.
En
resumidas cuentas, la obra tanto poética como prosística de César
Moro, registrada durante su larga permanencia en Francia o en
América, puede ir en el siguiente orden bibliográfico: Le
Château de Grisou
(México, Ed. Trigondine, 1943); Lettre
d´amour
(México, Ed. DYN, 1944); Trafalgar
Square (Lima,
Ed. Trigondine, 1954); Amour
à Mort
(Paris, Ed. Le Cheval, 1957); Los
Anteojos de Azufre
(Lima, Ed. San Marcos, 1958); y La
Tortuga Ecuestre
(Lima, 1957). Este último libro estuvo preparado por André Coyné.
Cabe
consignar, eso es, que Moro fue uno de los poetas latinoamericanos
que sí participaron intensamente junto a André Breton en el
movimiento surrealista (1925-1933), acaso impulsado por ese afán de
búsqueda incesante que tanto lo obsesionaba. Y esta etapa de su vida
tuvo gran importancia, como ya lo señalaron algunos de sus exégetas.
El ensayista Julio Ortega, al prologar su antología, dice: “En
1940, con André Breton y Wolfgang Paalen, organizó en México la
Exposición del Surrealismo”.
Por
mi parte debo decir que no recuerdo haber leído un texto de amor
hacia la tierra, su tierra, tan hermoso y significativo como su
Biografía
Peruana,
en donde se entrelazan las húmedas raíces de un “jardín
milagroso” de consanguinidad lírica, entre el pasado heredado y el
presente en todo su esplendor.
Como
en el caso de Vallejo, Eguren, Oquendo de Amat, el autor de La
tortuga ecuestre
es hoy, sin duda, uno de los pilares de la poesía contemporánea del
Perú que de hecho ha deslindado cualquier límite geográfico y
cultural.
Fueron
célebres sus polémicas con el poeta chileno Vicente Huidobro.
Vargas Llosa lo tuvo de profesor de francés en el Leoncio Prado.
Para su amigo Westphalen, siempre fue un verdadero misterio por qué
gran parte de su obra la escribió en francés. Enigma, al parecer,
que todavía sigue en pie.
Seguramente
Rubén Darío lo hubiera incluido en su libro Los
raros…
---ooOoo---
(LOS
POEMAS)
¡SI
NO FUERA!
(en
la muerte de Xavier Villaurrutia)
Xavier
si no fuera tu muerte
el
azul la luz serían oro líquido puro
las
manzanas guardarían cada una un diamante
las
aguas tranquilas sonarían
bajo
una noche de amatista que rueda.
Yo
miraría a través de la esmeralda legendaria
el
país de nubes de ídolos de nube y piedra
que
amanece tanto.
Coatliclue
la divinidad maestra de obras
llora
el prestigio de tu nombre tus señales de fuego
en
la noche de México y aquel ligero túmulo
que
para siempre nos agobia.
¡Y
la piel oscura y ardorosa!
las
cuevas de Altamira del llanto
trashuma
y muere, contigo muere
todo
un girón de piel oscura y suave
un
litoral de risas y de nardos de sombras.
¿Qué
hará la Noche?
acaso
brille ahora su azabache más hondo
y
sea aún más honda la soledad humana
y
el sol que nace
en
pura pérdida alumbra los escombros
la
hecatombe la gleba.
El
crepúsculo vuelve y vuelve la noche
y
la vida y los tambores de la vida
y
el eco fúnebre redobla tan fuerte
que
ya no deja oír la voz de tus volcanes
¡oh
México de fuego!
Si
el silencio pudiera reynar de nuevo
si
el cristal de tu vida continuara
todo
sería fresco y niño
y
volvería a ser la vida
aquel
sueño de juventud de praderas
al
viento al puro sol desmelenadas.
¡Qué
hacer! Tu la presencia
el
calor la amistad
eres
ahora piedra
y
dureza de mármol y laurel
¡pero
qué triste todo!
como
si el mundo fuera tu heredad
tu
abandonada casa
en
que faltas de manera tan aguda
que
todas las ventanas están ciegas
y
abren desesperadas
sobre
la noche sorda
sus
batientes enloquecidos
herrumbroso.
¿Qué
gritos de leones
qué
arcángeles negros
pueblan
la Puebla de los Ángeles?
¿Y
Veracruz morena
detiene
el canto y gime?
En
México que llora tu pasado raudo
el
tristísimo sueño en que al dormirte
nos
sumiste.
---ooOoo---
LA
ALTITUD
Un
núcleo de humor altivo
un
ahogado cubierto de rabia
como
de una espuma purísima
montañas
guarnecidas de lana
dan
las once
quédate
hasta mi regreso
hijo
del diablo
mendigo
indecente
pústula
del tiempo
quédate
programa retorno de las menstruaciones
quédate
hasta perder tu nombre
hijo
de cartas piojosas
hijo
de mierda
quédate,
cuando las holas cambien tus narices por fuego,
quédate.
Si el granizo, si los golpes, si las opiniones, si los
cuerpos
si
las participaciones, si los anuncios y los pequeños anuncios
si
la familia, si la fama, furtivos, fuegos fatuos, balas,
taparrabos,
toneles, escalas, chasis, candelas
en
cantidad de 36.000, etc., etc., caen
quédate
Hijo
de la felicidad acunada
en
un nido de escorpiones
suave
a la mirada como el joven vitriolo vivaz
como
el nacimiento de los hongos venenosos
acunado
en una escolopendra
Hijo
chocho afásico
luz
de los hombres
hijo
perseverante
la
necesidad es más grande que la angustia.
---ooOoo---
(3
diciembre 34)
Traducción
de Kato Molinari
(Postfacio)
Cuando
se editó mi antología Poesía
Amorosa Latinoamericana,
en la Colección Claves de América de Biblioteca Ayacucho, no dudé
en incorporar el poema “Batalla
al borde de una catarata”
de César Moro; porque representaba esa vertiente del surrealismo
latinoamericano por “pecado original” del que hablaran sus
creadores. Y, precisamente, lo incluí en la primera parte “Del
Buen amor- del Mal amor”, en el que se identifican los textos
poéticos posiblemente más emblemáticos y fervorosos de la poesía
latinoamericana de todos los tiempos.
En
una parte de mi prólogo decía: “La llave secreta para la poesía
de esta parte del mundo, parece provenir de la pericia de sus
cartógrafos, de los lectores de nubes, de las madonas y doncellas
del buen viaje que arremetieron contra la impetuosidad, el celo y,
muchas veces, el suelo inhóspito que les tocó convertir en morada
para su descendencia. También aguas turbulentas son indicios de
rutas inesperadas, de cataclismos súbitos, de toda una orquestación
de pájaros cuya rareza es digna de compararse a una zoología solar
o a una cantata lunaria. Los poetas que nacieron americanos y
escriben como europeos y los europeos que al estar en estos paisajes
sienten como americanos. De ese aporte, está todavía el sonido de
la poesía. Y allá en el fondo de la historia, todavía hay un
querube que da vuelta la página del gran Libro y señala el poema.
Antes, las sirenas de ultramar cantaban y los grumetes oían su
canto. Y aún hoy una cierta colorida clase de pájaros sobrevuela el
crepúsculo de las mil tintas del corazón. Y repiten, traducen,
reentonan sus cantos como un escolar en su clase de música.”
Los
versos de Moro, remontan ese vuelo surreal en la poesía de raíces
latinoamericanas. Es una redimensión ardiente, una simbiosis de las
memorias que en estos lares, ha ido formulando una literatura culta,
de búsqueda y de una densidad asombrosa de la modernidad… El pope
del surrealismo francés, André Breton, se despedía así del poeta
peruano:
“Nuestro
amigo, César Moro, quien acaba de morir en Lima formó parte del
movimiento surrealista y publicó tres conjuntos de poemas: Le
château de grisou (México, 1943), Lettre d’amour (México, 1944)
y Trafalgar square (Lima, 1954). También editó en Lima, antes de la
última guerra, una revista, El
uso de la palabra
que
propagaba el pensamiento surrealista en América del Sur. Publicando
el dibujo que nos envía su amigo Luis Gayoso (siendo la tortuga el
“animal” totémico de Moro) nos sumamos al homenaje que él le
otorga.”
1
La tortuga
ecuestre y otros textos,
de César Moro. Monte Ávila Editores, Caracas, 1976.
2
César Moro,
de André Coyné, Ed. Torres Aguirre, Lima, 1956.