lunes, 7 de noviembre de 2016

Presentación del poemario
en Editorial Dunken de Buenos Aires



CELEBRACIONES DEL VIGÍA

BUENOS AIRES, DUNKEN, 2015.



De izquierda a derecha:
 la poeta María Chapp, el autor del libro Manuel Ruano y el profesor
Enrique Ernesto Pagani

Por el Profesor Enrique Ernesto Pagani

El poeta italiano Giovanni Pascoli, en su concepción sobre la poesía, dice que el creador es una especie de “Faciullino”, de ‘niñito’, y “afirma que la poesía es un presentimiento o intuición del gran enigma del universo…” (Cf. Alma Novella Marani, La poesía de Giovanni Pascoli, La Plata, Universidad Nacional, 1949).

Y ese gran enigma reúne tanto a los “cielos” cuyas “bridas” “están sueltas” (Celebraciones del vigía, p. 59) como a “las sombras” “azarosas” “que rescatan las olas de un mar que está/encrespado” (p.59).

El ‘niñito’ aparece con inocencia, pero ha perdido su ignorancia, porque ha dejado de ser un ‘infante’ – e infante, etimológicamente, es ‘el que no habla –; por el solo hecho de poseer el lenguaje es capaz de pronunciar “pronombres ancestrales” (p. 55). En ese poema, Manuel Ruano, convoca a todas las personas gramaticales para llegar a las bodas con un epitalamio preñado de versículos con música y metáforas:

Yo soy la estación de la luz en la memoria de los ausentes.
Tú, el panal dorado donde las flores reconstruyen su castillo interior.
Su era más cautivante.
Él, era un geómetra de los espejismos en el que se iluminaba Dios:
estaba perdido.
Nosotros, hemos glorificado – después de todo –, el pensamiento
nocturno de los más profundos océanos de la solemnidad.
Vosotros, los que asumisteis el pentagrama musical de las costumbres,
recibid ahora mi canto.
Ellos, hubieron de vestir las grutas feéricas, las masas interestelares
en el concierto del planeta,
en el sonido nupcial de mis campanas de otoño…”

También el cuerpo irrumpe como presencia poética ineludible. El cuerpo que, según Michel Foucault, “está siempre en otra parte, está ligado a todas las otras partes del mundo, y a decir verdad está en otra parte que en el mundo. […] El cuerpo es el punto cero del mundo, allí donde los caminos y los espacios vienen a cruzarse / el cuerpo no está en ninguna parte: en el corazón del mundo, es ese pequeño núcleo utópico a partir del cual sueño, hablo, expreso, imagino, percibo las cosas en su lugar y también las niego por el poder indefinido de las utopías que imagino. Mi cuerpo es como la Ciudad del Sol, no tiene un lugar pero de él salen e irradian todos los lugares posibles, reales o utópicos”. (“El cuerpo utópico”, en El cuerpo utópico. Los heterotopías. Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 2010, p.16).

En “Tal eras como espuma que se pierde” (p.15), el poeta expresa que “los grandes océanos tienen ojos de un niño / que desnuda el horizonte como una fruta, / como se desnuda el amor de los cuerpos irredentos / que brillan en la arena”.



Foucault manifiesta “que hacer el amor es sentir su cuerpo que se cierra sobre sí, es finalmente existir fuera de toda utopía, con toda su densidad, entre las manos del otro”. (p. 18).

Por eso, Manuel Ruano, en el poema “Conservemos las voces” (p.56), dedicado a Alicia Marta, exclama:

He velado en tus sueños y he visto en la noche
cómo se desatan los cuerpos amados.
Y tú eras como la arena ganada por el mar en cada ola”.

Agrega Foucault que “Bajo los dedos del otro que te recorren, todas las partes invisibles de tu cuerpo se ponen a existir, contra los labios del otro los tuyos se vuelven sensibles”. (p.18) Y prosigue nuestro poeta: “Eras húmeda y brillante / Eras deliciosa y musical. / Tu desgracia era mi naufragio / y mi alegría mi destierro”.

Foucault dice: “delante de sus ojos semicerrados tu cara adquiere una certidumbre, hay una mirada finalmente para ver tus párpados cerrados”. (Id.) y Manuel: “Porque se lava con secreta lluvia / el mármol de los recuerdos, / y se mira la hiedra que crece alrededor / como se palpa la escritura / que fueron acumulando los ojos en el ayer”. (p.56)

No en vano el poeta recuerda a “esos puertos de ultramar todos semejantes a tu piel, a mi piel, / y que cubren como una mano invisible / la prolongación de tu cuerpo, / como un cuchillo hundiéndose en la piel mil veces / antes del placer recíproco” (“Cuando una canción lejana me hable de tu cuerpo”. Pp. 40 – 41). Y este entretejido que estamos haciendo nos reenvía a Foucault en su obra El cuerpo utópico: “También el amor, como el espejo y como la muerte, apacigua la utopía de tu cuerpo, la hace callar, la calma, y la encierra como en una caja, la clausura y la sella. Por eso es un pariente tan próximo de la ilusión del espejo y de la amenaza de la muerte; y si a pesar de esas dos figuras peligrosas que lo rodean a uno le gusta tanto hacer el amor es porque , en el amor, el cuerpo está aquí”. (Id., p. 18).




Y tan aquí está ese cuerpo, que el ‘niñito’ poeta madura en “El estallido de Les fleurs du mal que sangra en el pavimento” (p.40). El “Bodegón oscuro y rugiente de marineros borrachos en el puerto de la Muerte” (Id) se transforma en las Celebraciones del vigía que conducen a ritos que, a “la velocidad cósmica a lo larexécutés suivant de un paraíso acuático”, llegan a los “ocultos astros de una noche en / Babilonia” (Id). Y haríamos una pregunta esencial: ¿qué es una celebración? Para nosotros, una celebración es el encuentro que llega a la calidad de ceremonia y toda ceremonia designa a lo que conlleva un orden. La palabra sánscrita rita significa precisamente eso: ‘orden’. Luc Benoît – en su libro Signes, symboles et mythes (Paris, Presses Universitaires de France, 1975, 19855) – dice: “un rite peut se définir comme une suite de gestes, répondant à des besoins essentiels, gestes qui doivent être exécutés suivant une certaine eurythmie. D’après son étymologie sanscrite, ce mot désigne ce que est conforme à l’ordre (rita). Son origine se perd dans la nuit des temps et reste inconnue même de ceux qui le pratiquent, bien qu’ils en aient gardé une mémoire héréditaire” (op. cit., p. 95)1.



El ritmo del que se habla en esta definición y todo el poemario de Manuel Ruano es euritmia – a veces se escande en alguna “Partitura inconclusa” (p. 37): esta voz “tenía el corazón fundido de soles muertos”. Y confiesa: “Se sulfuraban en mí estalactitas de olvido. / Creía ver arrecifes de cólera en los pensamientos, / grandes vertederos de calcinados hechizos / que fueron el reservorio de la esperanza. / Enceguecido fui de paraísos ultramarinos. / Y me ahogué en un depósito de sal. // Tenía una partitura de ángeles rebeldes en ejecución. / Y un conflicto de voces se eternizaron en el tiempo, hasta oscurecer el alma. / Atrapado quedé en la ira d un extraño dios, / descuartizado en mil pedazos, / en un reciente orden de astros apagados”.

Y ese ritmo, esa música del verso, se resumen en una suerte de “Poética”, a la manera aristotélica, en la “Parábola sobre perro y diablo” (pp. 49 – 50).

La figura del “diablo” llamado entre otros epítetos y sinónimos –, “demonio”, se vincula desde antiguo con lo “daemoníaco” (la forma medieval empleada a menudo por poetas) o “daimónico” (derivado de la antigua palabra griega (daimon”).

“El poeta Rilke escribió una vez: “si mis demonios han de dejarme, temo que mis ángeles también lo hagan””. (cf.: Rollo May, “La psicoterapia y lo daimónico”, pp. 183 – 198, en AA. VV.: Mitos, sueños y religión. Barcelona, Kairós, 2006). Goethe en su Fausto señala: “El daimon es el poder de la naturaleza”, (Id.: p. 184). “Eros es un daimon”, dijo Diotima, la autoridad sobre el amor en el Banquete entre amigos de Platón.

Con razón, Rilke también dijo: “Si mis demonios han de abandonarme, temo que mis ángeles también lo hagan”. (Id.: p. 188).

No sólo aparece – como dice John Milton en El paraíso perdido –, “[…] el Enemigo, / desde entonces Satán para los Cielos” (I, 81 – 82), sino también el “perro”. Según Juan Eduardo Cirlot, en su Diccionario de símbolos, este compañero del hombre es “Emblema de la fidelidad, con cuyo sentido aparece muy frecuentemente bajo los pies de las figuras de damas esculpidas en los sepulcros medievales, mientras el león, atributo del hombre, simboliza la valentía. También tiene en el simbolismo cristiano, otra atribución – derivada del servicio del perro de pastor – y es la de guardián y guía del rebaño, por lo que a veces es alegría del sacerdote. Más profundamente, y en relación, no obstante, con lo anterior, como el buitre, el perro es acompañante del muerto en su “viaje nocturno por el mar”, asociado a los símbolos materno y de resurrección. Aparece en la escena del sacrificio mitraico del toro con un sentido similar. En alquimia, aparece más como signo que como símbolo. El perro devorado por el lobo simboliza la purificación del oro por el antimonio (Cf. Cirlot, Juan Eduardo (1958): Diccionario de símbolos. Madrid, Siruela, 201115).



Y en esta “poética manuelina” hay una absoluta “primacía del ritmo”. En las grandes religiones, sus libros sagrados “se presentan – según Luc Benoît – como una revelación divina cuyo ritmo está unido íntimamente [a su manifestación] porque este ritmo es el que ha transmitido a los hombres la vida” (pp. 27 – 28). Pensemos en los “mantras”. En los Vedas, la lengua primordial y poética [recibía el epíteto] de solar” (p. 28). “En la Antigüedad, el ritmo poético no sólo facilitaba la retención, la recitación memorística y la transmisión de los textos sagrados, sino también que determinaba en el recitante una armonización de los elementos inconscientes y sin coordinación del ser gracias a las vibraciones sincrónicas que se propagaban en las prolongaciones psíquicas y espirituales de su individualidad. Como los ritmos, que forman la osatura numerada de la naturaleza entera, desde su más íntima sustancia hasta sus límites más lejanos, reubicaban al hombre al unísono de esta armonía cósmica que lo transformaba en un ser capaz de sentir y de comprender. De este modo, sus actos podían escapar de la instantaneidad prolongando sus consecuencias naturales e imprevisibles en todas las direcciones del espacio y del tiempo” (pp. 28 – 29).

Volvamos a nuestra “palabra” – es decir – a nuestra “Parábola”, que reza así (pp.49 – 50).

Mi perro Diablo es tan diablo que a mí me llama Perro.
Y cuando me llama, dice: “Perro, ven aquí” y mueve la cola
Estirándose como un lagarto.
(Eso quiere decir que Diablo va a leer un poema
Para que Perro escuche).
Algo grandioso ha de ser.
Y yo, Perro, ladrando al cielo oigo cantar a Diablo sus penas,
De pobre, pobre perro,
Para que su pobre, pobre diablo, le dé su aliento
Y surja la palabra del poeta.
(Aunque todo es inútil cuando quiero explicarme;
Porque siempre termino escribiendo un poema.)

Así es que cuando Diablo canta, su perro ladra
en hexámetros
en coriámbicos,
en dactílicos,
en pentámetros,
en sáficos,
en yámbicos
y en trocaicos…
Pero él, nada. Apenas si suspira con el canto.
Cuando sueño, Diablo sabe que estoy relamiéndome
en secreto.
Y juega con los versos de Arte Mayor y Arte Menor,
con versos catalécticos y acatalécticos,
para rabiar bajo la luna.
No hay nada que hacerle: un perro Diablo afligido
es un gran crítico.
Para él, la poesía es el paso que hay entre
lo visible y lo invisible…

Por eso, a cada rato, le doy de comer:
un verso blanco inglés,
un verso heroico,
un verso leonino,
un verso hiante,
un verso alejandrino…
Pero él, ni siquiera mueve la cola cuando esconde
el hueso lírico.
Seguro que Diablo está pensando: “¡Qué gran Perro
es este perro!”
Cuando le digo, Diablo, mi pobre Diablo,
no pierdas jamás las esperanzas del poema:
ten en cuenta que Diablo y Perro no son de este mundo.

El mundo mágico al que nos remite la poesía, – y, también, de la creación – nos transforma en desveladores del misterio. “Cuando una canción lejana me hable de tu cuerpo” (p. 40) ejerceremos la capnomancia, adivinaremos por el humo y podremos sentir “sin visión oculta entre tu sexo y sus claridades. / (Secreto pez de alas enormes)”; llegaremos a “esos territorios que aprendía a desnudar y poseí; esos visibles – invisibles en los crepúsculos, que me han precipitado a reconocerme en el Árbol de la Vida; esos, capaces de calmar mis golpes y mis aullidos”. (Id. 41)

Y, de a poco, nos vamos transformando en sabios, capaces de pronunciar sentencias gnómicas de valor universal: “(El olvido es una variante de espejos en los que algunos creen ver a un dios)”. (“Ríspidos azogues parpadeaban en el tiempo” (p. 42).



Borges, Joyce, Milton, Mármol, Homero…Ciegos que vieron a través de la poesía y sus “espejos”. Y Manuel exclama:

“– Yo no voy a andar con vueltas, dijo el Tiempo:
reniego en mis salmos del orgullo.
Que cada condenado habite en la memoria de los justos
e irredentos,
como ángeles caídos desde la turbulencia solar.
Como ríspidos azogues de una consagración…
¡Teñidoras de luz!... ¡Teñidoras de la noche!...
¿Habrá piedad para un cementerio solo,
que emprende su hospitalaria partida hacia el abismo?
No, nunca estuvo en la homilía de Monseñor.” (p.43)

Pero sí en la del sacerdote llamado “poeta”. Un niñito que ha recorrido un largo camino y que en la madurez de vigía celebra a las “Piedras” (Id.: pp. 38 – 39) “sagradas / Que como el mar anuncian […] el destino y la locura.” El vate llaga a “una edad en la que se enseña lo que se sabe: pero inmediatamente viene otra en la que se enseña lo que no se sabe: eso se llama investigar. Quizás – dice Roland Barthes en su Lección inaugural de semiología literaria del Collège de France (Cf. Barthes, Roland (1978): Leçon inaugurale de la chaire de sémiologie littéraire du Collège de France. Edición española: Buenos Aires, siglo XXI, 20112; p. 116) – ahora arriba la edad de otra experiencia: la de desaprender, de dejar trabajar a la recomposición imprevisible que el olvido impone a la sedimentación de los saberes, de las culturas, de las creencias que uno ha atravesado. Esta experiencia creo que tiene un nombre ilustre y pasado de moda, que osaré tomar aquí sin complejos, en la encrucijada misma de su etimología: Sapientia: ningún poder, un poco de prudente saber y el máximo posible de sabor.” (p.116).

Esto me remite a un proverbio turco que cita, en su Diario de un escritor, Fiodor Dostoievski (Cf. La edición española de Madrid, Páginas de espuma, 2010; p. 578): “A este propósito y por sia acaso, inserto aquí un proverbio turco (auténticamente turco y no inventado): “Si, dirigiéndote a un destino, te detienes en el camino para tirar piedras a todo perro que te ladre, nunca llegarás a este destino”. Para esto, Algirdas J. Greimar y Jacques Fontanille, en su Semiótica de las pasiones (Cf. Buenos Aires, siglo XXI, 2012, p. 74) definen a los patemas “como el conjunto de condiciones discursivas necesarias para la manifestación de una pasión – efecto de sentido”. Entonces, apasionadamente, no tiremos más piedras a los perros que ladran y vayamos a practicar el bautismo lustral porque el momento ha llegado desde este navío poético, “Celebremos al vigía”. Leámoslo y disfrutémoslo, porque tiene sabor: sabe a poesía.

Muchas gracias.

Buenos Aires, 12 de agosto de 2016.











Nota 1“un rito se puede definir como una sucesión de gestos, que responden a necesidades esenciales, gestos que se deben ejecutar según cierta euritmia. De acuerdo con su etimología sánscrita, esta palabra designa lo que está de acuerdo con el orden (rita). Su origen se pierde en la noche de los tiempos y permanece desconocido e incluso para aquellos que lo practican, aunque hayan guardado su memoria hereditaria.” (op. Cit. P. 95) [Traducción de E. E. Pagani]